Me lloraban los ojos.
- ¿Por qué lloráis? – les pregunté.
Pero no contestaron, solamente lloraron. Lloraron un día
entero y de pronto pararon.
- Queremos ver el cielo pero siempre está nublado – me dijeron
entonces.
- Pero yo no puedo limpiar el cielo de nubes, no puedo
atravesarlas y subir por encima de ellas.
- Lloramos porque sí que puedes pero te conformas con
cerrarnos y soñar.
Y razón no les faltaba. Día tras día he soñado con volar.
Día tras día, he soñado que formaba parte del cielo. Noche tras noche, las
estrellas cubrían el cielo. Noche tras noche, me abrazaba la Luna.
Pero cada vez que abría los ojos siempre la misma tormenta.
Las mismas nubes oscureciendo el cielo. Me impiden ser feliz. Necesito aprender
a volar. Pero los humanos no pueden volar. Sueño y sueño que soy algo más pero
siempre vuelvo a despertar y mis ojos comienzan a llorar.
- Estoy atrapado a la
tierra y vosotros lo sabéis. Lejos quedan los sueños donde soy feliz. Sabéis
que sin todos esos extraños poderes siempre seré un pequeño niño triste y
melancólico. Incapaz de volar.
- Y tú sabes que el sol está más allá. Y cuando ríes sentimos
su luz y su calor. Su hermosa luz. Pero nosotros vemos fuera y en tu interior y
ahí siempre está oscuro.
- ¿Qué esperáis de mí? Sólo soy un pobre loco, sin tiempo
para actuar y con tiempo de sobra para razonar, con demasiados sueños imposibles en la cabeza,
demasiada tristeza sobre mí. ¡Fijaos, estoy hablando con mis ojos!
- Sé feliz en sueños y sé feliz en la realidad. Eres capaz
de partir tu mente en dos, te hemos visto soñar. Lo puedes aceptar.
- Limpiar todo un cielo no es coser y cantar. Ni siquiera yo
lo podría lograr.
- Entonces nunca dejaremos de llorar.
Y no dejaron de llorar. Cada amanecer lloran lágrimas de
tristeza, de arrepentimiento, de impotencia y dolor. A veces ni la risa sincera
logra secar las lágrimas que caen por dentro.
Ver el cielo. Si no lo puedo tocar, al menos necesito verlo.
De momento, empezaré a soplar.