Esta es la historia de cómo una pequeña lagartija se enamoró
de la luna y de cómo consiguió ser feliz a pesar de que parecía imposible.
Erase una vez, una pequeña lagartija. Le encantaba saludar
cada mañana al sol y recibirlo recostada sobre su roca favorita. Su diminuto cuerpo era del color de las hojas
en primavera con un moteado rojo muy intenso. Su lengua bífida, danzaba como si
tuviera vida propia siempre en busca de nuevos sabores.
Vivía de día. Dormía de noche. Nunca salía de su escondrijo
una vez el sol rozaba el horizonte. Su
vida era una rutina perfecta. No le gustaban los cambios, el movimiento. Le
gustaba el orden, la lógica, no los impulsos.
Dentro de su simple existencia, nunca había tiempo para
mirar al cielo. El sol bañaba su piel y eso le bastaba. Su mundo estaba en el
suelo.
Pero nada se mantiene invariable en la vida y un día la
pequeña lagartija fue sorprendida fuera de su escondrijo por una tormenta
repentina.
Las nubes surgieron de la nada. Nuestra verde amiga estaba
en búsqueda de su sustento diario cuando de pronto estalló la tormenta. Era
demasiado arriesgado atravesar el largo trecho que le separaba de su hogar con
semejante aguacero, así que no quedaba más remedio que buscar un sustituto de
su refugio.
Lo más molesto de la situación era que la negrura del cielo
le impedía ver si continuaba el día o ya era de noche. De noche sería una presa
fácil para todos los depredadores nocturnos, que podían ver donde ella no
podía.
Igual que vino, terminó. Y para desgracia de la pequeña
lagartija, ya había llegado la noche. Lo
que ella no esperaba es que esta le diera un giro a su vida.
Allí, en lo más alto, se encontraba un fascinante redondel
blanquecino. Su luz era fría y a la vez cálida y reconfortante. Por primera
vez, miró al cielo y no apartó la vista de lo que veía, pues le gustaba.
Se desatendió de todo lo demás. Pasó largas horas contemplándola
y entonces ella le habló. Le contó sobre grandes bosques verdes y rebosantes de
vida. Le contó sobre ríos, mares y montañas. Sobre amor, amistad y valor. De la
importancia de pensar cuando se ha de pensar y de actuar cuando se ha de
actuar.
Y la pequeña lagartija escuchó sin vacilar. Los pilares de
su existencia se tambaleaban y entonces comprendió, ya tarde, que la Luna le
había hechizado. Que se había enamorado.
El caos llegó a su vida. La noche significaba la muerte pero
a la vez significaba volver a verla. Sentir su luz acariciando su escurridiza
piel. Y ella no se resistió. Se dejó llevar y todas las noches se citaban en el
mismo lugar. La pequeña lagartija le contó acerca del grano, de los pequeños
insectos. Del placer de tener un diminuto hogar. Y así transcurrieron las noches hasta que
llegó la luna nueva.
La lagartija salió en busca de un fantasma. Aunque la luna
estaba ahí, ella no podía verla y se sintió sola. Pensó que le había abandonado
y se sintió traicionada. Triste, melancólica y sola.
La luna le gritaba, pero ella no escuchaba. Estaba
completamente fuera de si.
Toda su vida parecía no tener sentido. Quería más, mucho
más. Pero la luna estaba lejos y era imposible estar juntos.
Creció de nuevo la Luna sobre el cielo, y entonces se lo
explicó todo. La lagartija fue consciente de que tendría que estar sola durante
cierto tiempo de forma cíclica. Lo
comprendió y le invadió la tristeza. Si no podrían estar juntos físicamente, al
menos intentaría fusionar sus almas. Pero, ¿cómo? No era más que una pequeña
lagartija. Entonces tuvo una idea. Los sueños son más fuertes si alguien los
vela, y pueden ser reales si los vela la persona correcta. Durante el día, la
lagartija haría su vida normal, mientras la Luna mandaba al Sol cuidarla como
si fuera su propia amante. Por las noches, ambos se encontrarían en privado en
la roca de su primera vez. Las noches de luna nueva, la pequeña lagartija
dormiría a la intemperie y sería la misma luna la que cuidaría de sus sueños. Y
es precisamente en sueños donde ambos estaban juntos y parecían felices. Pero
ese tipo de sueños son efímeros y se pierden al despertar, por lo que la
lagartija decidió no volver a despertar. Olvidó el orden, la tranquilidad y el
razocinió y se volcó en seguir su corazón. Y su corazón le llevó muy lejos. La
luz de la luna la acogió en su seno y se llevó su amor con ella y ahora ambos
brillan juntos desde el cielo, en un eterno sueño del que nadie los puede
despertar.