domingo, 16 de diciembre de 2012

Lágrimas Sagradas

Estaba deseando escribir algo, pero carecía de ideas. Pensareis que estoy loco, pero de repente me ha venido a la mente la imagen que vi hace poco en una serie de anime donde el protagonista se cortaba con el filo de un folio. No intenteis comprender como de esa imagen he sacado este relato, porque sería intentar comprenderme entero y eso es imposible.

Actualizaré más adelante esta entrada con la continuación.

Comencemos...
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Una fina línea de sangre apareció en la yema de mi dedo índice. Me había cortado con el filo del folio donde escribía mi historia de desamor.
No basta con el dolor emocional, recordarlo también tiene que hacerme sangrar físicamente – pensé.  Miré la hoja y leí su contenido. Pura basura, como lo era mi vida. Lo arrugué y lo lancé con fuerza a la papelera, fallando el tiro, por supuesto.
-   Puta mierda – dije en voz alta.
Agarré las llaves del coche y la cartera y salí por la puerta bastante decidido. Se me olvidó la chaqueta, pero no importaba. Tanta rabia y lágrimas ardían ahora como un inmenso fuego dentro mío.
Conduje durante una hora sin una dirección concreta. Sólo impulsos, suposiciones. Esta salida me agrada. Seguiré a ese coche. Todo pensamientos absurdos, todos los reflejos puestos en la carretera, todo el instinto, pero la mente muy lejos. No veía coches, ni asfalto. Veía otro tiempo y otras cosas.
Cuando quise darme cuenta, me encontraba en un camino de tierra que por cierto terminaba ahí.  En contra de lo que podáis pensar, no maldije y di media vuelta. Supuse que era ahí donde tenía que llegar. Posiblemente no me equivocaba.
Me encontraba en las faldas de una montaña rodeada por una valla, como todo en este mundo podrido. Es imposible andar campo a través en medio de la nada sin tener que saltar alguna valla, porque todo pertenece a alguien. Así funciona este mundo ahora.
A estas alturas, un trozo de hierro (bastante oxidado, por cierto) no era un impedimento, así que salté y me dirigí hacia la montaña con intención de rodearla y subir a la cima.
Siempre he sido curioso por naturaleza y cuando se tratan de ruinas o extrañas maravillas naturales, no sería yo si no me acercase a sentirlas. Y eso hice cuando, en uno de los quiebros del intrincado camino (digo camino porque lo hacía yo al andar, puesto que era totalmente salvaje) descubrí una pequeña caseta que tenía aspecto de ser muy antigua. Estaba construida con gruesos bloques de piedra derruida y parecía fusionarse con la ladera de la montaña, pero misteriosamente parecía estar en buen estado.
Mierda, está cerrado – pensé tras observar la destrozada puerta de madera que tapaba la entrada. Que cojones, hoy no soy alguien responsable, que le den al mundo. Y rompí la puerta de una patada (estaba muy carcomida) dejando paso a una estancia bastante oscura.
No sería yo si no entrase ahí dentro. Y entré, claro que entré. Era realmente grande por dentro, algo que comprendí pronto al observar que la caseta de piedra era sólo la entrada a algo excavado en la montaña. Había una gruesa capa de polvo sobre todos los objetos. Debía hacer mucho tiempo que nadie había entrado ahí. Mi corazón latía (por primera vez en mucho tiempo) rebosante de nervios, ilusión e intriga. Mi naturaleza aventurera fue precavida al coger una pequeña linterna con dinamo del coche y un mechero, con lo que la oscuridad no era un problema importante.
Me encontraba en una habitación bastante grande. A la izquierda había un par de mesas con varios libros encima, así como restos de una vajilla desportillada, papeles desplegados o enrollados por aquí y por allá y una gran chimenea al fondo.  A mi derecha podía encontrar una pequeña mesa de trabajo con herramientas que no había visto nunca. Había un pequeño soporte con espadas colgadas en la pared. No parecían las típicas que se usan para adornar, pues eran muy burdas. Parecían más obras fallidas. Esto era más de lo que mi mente podía soportar, era demasiada tensión y nervios. Siempre que me acerco a algo antiguo, me pongo a soñar.
Con muchísima delicadeza, examiné los papeles que habían por las mesas. Encontré, no sin soplar mucho polvo, una especie de mapa hecho a mano. El papel estaba totalmente amarillento y casi se deshacía al tocarlo, por lo que me limité a seguir soplando y mirar. Tenía pequeños textos escritos  ¡en latín! Por suerte para mí, mi última novia me había enseñado parte del lenguaje dado mi interés por el misticismo que se arraiga en nuestra lengua madre.
No soy un cartógrafo, pero claramente en el mapa se podía ver una representación de la montaña donde me encontraba, así como la posición de la casa y la de otro punto que no conseguía ubicar.
Tras un minucioso análisis de todo lo que podía parecer interesante y haber apuntado mentalmente qué me iba a llevar de allí para analizar en casa (¿no pensaríais que iba a dejar ahí el hallazgo más emocionante de mi vida, no?) empecé a fijarme más en lo que tenía hacia el fondo de la puerta principal. Parecía seguir más hacia el interior de la montaña y puesto que la cosa parecía ponerse seria, no iba a desaprovechar la oportunidad de coger una de esas espadas colgadas “por si acaso” (o porque me fascinan las espadas, qué más da).
Así que seguí caminando durante un buen rato (¿qué tipo de casa era esa?) y pude observar distintas habitaciones con sus respectivas puertas cerradas a lo largo del pasillo, en apariencia infinito, que estaba recorriendo. He de reconocer que sentía pánico a lo desconocido, pero si tenía que morirme descubriendo algo así, tampoco iba a hacerle ascos.
A lo largo de las paredes habían periódicamente soportes para antorchas. Algunas aún estaban en su sitio y otras habían desaparecido hace tiempo.  Puesto que ya había realizado allanamiento y demás cosas, no vi nada de malo en encender algunas de ellas por el camino. La luz del fuego le daba un toque más hogareño a todo, o se lo daría de no ser por las sombras producidas que hacían que los grabados de las paredes fueran todavía más espeluznantes (sí, habían muchas imágenes de extraños rituales, personajes realizando acciones que no comprendía a lo largo de todo el pasillo).
Tras un buen rato andando (seguro que había atravesado toda la puta montaña por debajo) llegué al final del pasillo. Otra puerta. Esta vez más robusta y con un gran cerrojo. Y abajo a la derecha... ¡Un esqueleto! Las cosas se estaban saliendo de madre, ¿cómo coño iba a estar todo esto ahí en medio sin que nadie hubiera entrado nunca en siglos? Debía ser alguna broma... Pero aún así era una broma genial.
El esqueleto estaba recostado sobre la esquina de la pared. Llevaba ropas (o trapos) muy sencillos y aferraba algo fuertemente con la mano derecha. Como no eran más que huesos secos, me apropié del objeto (una llave muy grande) y como parecía lógico, lo usé con la puerta que tenía ante mí. Tras un forcejeo con la cerradura oxidada y un fuerte chasquido,  la puerta cedió. El corazón se me salía del pecho.  La puerta era realmente gruesa y, al abrirla, no pude evitar lanzar un grito de horror. Por el otro lado, clavado a la madera por una espada ancha, había otro esqueleto.  La puerta estaba llena de arañazos, como si (solo había que atar cabos) el dueño de la llave hubiera encerrado a ese alguien al otro lado mientras huían de un enemigo, condenándole a morir ahí.  Había mucha luz más adelante, así que avance y me encontré con una balconada inmensa que daba al mar. Al parecer mi montaña era una elevación acabada en un acantilado inmenso que daba a un mar muy cabreado. Esto contradecía un poco con mi teoría. ¿Quién demonios podría haber clavado a esa persona a la puerta viniendo del mar? En fin, parece que había llegado al fin de la construcción, aunque no se me olvidaban todas las habitaciones que había pasado por el pasillo sin explorar.  De todas formas, dos esqueletos  (que muertos a espada, debían tener varios siglos) no eran algo que se pudiera encontrar a diario, así que esto no había hecho más que empezar. 
Examiné más de cerca el cadáver de la puerta y arranqué la espada, dejando caer el montón de huesos colgantes al suelo. Esa espada no era como las de la primera habitación. Tenía un acabado importante y, en la cruz, tenía un símbolo que conocía bien. Una cruz templaría. Casi se me cae de las manos de la emoción.
Me senté con las piernas cruzadas en el suelo y la espada sobre las mismas. Tenía que relajarme y analizar todo lo que había visto. Grabarlo a fuego en mi mente. Escuchaba el mar rugir enfrente mía. Recordé el mapa, la montaña. No sabía dónde me encontraba geográficamente y tampoco llevaba móvil.
Esta vez miré con más atención los huesos. Uno de los cuerpos tenía un pequeño saquete con algunas monedas, un anillo con un orificio extraño y papiro destrozado. Lo guardé todo a buen recaudo en mis bolsillos y empecé a suponer teorías extrañas.
Tal vez, este sitio fuera alguna guarida utilizada por alguien importante para guardar algo también importante. Basándome en la espada, podría decirse que algo buscado por los templarios.  Dada la distancia del balcón al mar, no sería descabellado pensar que en realidad no era un balcón sino un pequeño muelle oculto para un gran navío. Posiblemente el par de cuerpos estuvieran esperando algo o a alguien que resultó no ser quien creían. Sufrieron un ataque y uno de ellos, en un acto de cobardía (o tal vez para salvar lo que quiera que guardaban) salió corriendo cerrando la puerta.
En mi cabeza todo encajaba perfectamente viéndolo así y no dudé en tomar esa historia por perfectamente válida.  Por tanto, ¿qué había escondido ahí?
Analicé el acantilado. Se extendía hasta donde alcanzaba la vista en ambas direcciones, con lo que sería realmente imposible encontrar ese lugar por tierra. Clavado en la piedra, estaban los restos desmadejados de un viejo estandarte. Todo era muy extraño. Si de verdad era algo importante lo que habían escondido, no creo que estuviera a la vista o en una de las habitaciones interiores puesto que una emboscada sin salida era demasiado común. Además, quienquiera que los matara tenía prisa o no se dejaría una espada así ahí tirada.
Miré cada rincón durante horas. Con calma detallada, buscando alguna muesca extraña, algún signo.
Me dirigí hacia la puerta de la habitación y aparté el esqueleto de la llave. Todavía se apreciaba la mancha de sangre seca que dejó al morir. Y ahí, incrustado a la fuerza en una pequeña hendidura, había una cajita. Parece ser que intentó cubrirla en un último esfuerzo con su cadáver y en realidad era difícil de ver si no buscabas atentamente.  Abrí la cajita (no sin esfuerzo) y encontré dentro una pequeña talla de cristal verdoso, como una esmeralda, con forma de lágrima.  Era preciosa. Reflejaba las llamas de las antorchas de una forma mágica, increíble. Rápidamente recordé la muesca del anillo que tenía el otro cadáver (esto casi parecía una película de misterio) e intenté encajarlo. No hizo falta mucha maña puesto que encajaban perfectamente. El anillo tenía un grabado en latín pero mis conocimientos no llegaban a tanto.  Decidí ponérmelo (no conseguía volver a sacar la piedra) y aún no sé si fue una decisión acertada. De pronto, caí al suelo, perdí el conocimiento (o eso creo).

¿Qué está pasando? – pensé. Me encontraba en el túnel bajo la montaña pero estaba todo limpio y muy bien iluminado. La mayoría de puertas se encontraban abiertas y escuchaba una voz llamando a alguien en la distancia. Me incorporé y miré si tenía alguna herida. No, no la tenía, pero porque básicamente ese no era mi cuerpo. Llevaba unos trapos raídos y unos tatuajes muy extraños en los brazos (¡¿Qué?!) y una espada al cinto. Tenía un colgante de cristal en forma de lágrima azul, pero ni rastro del anillo.
De pronto, apareció una mujer bastante atractiva que venía desde donde estaba el acantilado. Aunque hablaba latín, podía comprenderla. Rápidamente se preocupó por mi estado y supo que algo no iba bien, pero parecía que algo le urgía a otros asuntos.
-   Están en la puerta principal, mi señor.  – me dijo – tenemos que escapar por mar.

-  Démonos prisa, pero antes hemos de proteger la reliquia de la tierra. Ellos creen que sólo custodiamos la del agua. Vamos, sácala de ese anillo tuyo.  – dije con una voz que no era la mía y que al parecer yo no controlaba.

- Sí mi señor, aquí tiene la joya. Guardaré el anillo pues nadie podría sospechar de él.
- Perfecto, la ocultaré junto con la lágrima del mar en esta cajita y...

-  Al fin os hemos encontrado, bastardos. – dijo una voz atronadora- dadnos la lágrima del mar y os ahorraremos una muerte lenta.

-  ¡Mierda! – dije mientras guardaba la lágrima de la tierra en la cajita que había encontrado hace apenas un rato (o eso me parecía) y me la guardaba en la bolsa.
La mujer comenzó a gritar, desenvainó su espada y se lanzó a por los tres hombres que habían entrado... ¡por el balcón! Yo hice lo mismo con mi arma, pero eran caballeros templarios entrenados para asesinar. Pronto me desarmaron y mi arma salió volando por la balaustrada. Me hicieron un tajo en el pecho bastante serio y, levantándome en vilo por el cuello, me arrancaron el colgante con la lágrima del mar. Mientras mi compañera seguía defendiéndose y distrayéndolos, me arrastré hacia la puerta y cuando se percataron, vinieron a por mí. Rápidamente mi compañera les interceptó y me gritó que saliera y cerrara el cerrojo. Sabía que debería morir junto a ella, pero aún conservaba la lágrima de la tierra y la misión de mi vida era impedir que aquellos hombres se la llevaran. Me arrastré con mis últimas fuerzas, cerré la puerta y eché la llave. Era una puerta reforzada imposible de derribar sin un ariete. Casi en mi último movimiento, alcancé a encajar la cajita en una ranura de piedra con un buen golpe y me dio tiempo para girarme y recostarme sobre el lugar. De pronto, escuché un grito desgarrador y un golpe de metal contra madera, retumbando en la puerta. Escuché risas al otro lado y movimientos rápidos. La marea comenzaba a bajar. De pronto se hizo el silencio y, entre lágrimas, todo se hizo oscuro.


¡Mierda, mierda, mierda! – grité.  Me encontraba de nuevo en el pasillo oscuro y sucio. El anillo estaba en mi dedo, reluciendo. Me dolía un poco la cabeza del golpe al caer, pero no parecía grave. Tenía la cara empapada de lágrimas. ¿Dónde me había metido? ¿Qué había sido todo eso?  Algo había cambiado. Me sentía distinto. Notaba la cabeza cansada, como cuando pasas largas horas estudiando o leyendo sin parar.  Había anochecido. Era una locura volver al coche (si es que sabía volver) de noche y sin luna, por lo que tendría que trasnochar ahí dentro. Una sensación terrible de desasosiego de había apoderado de mi, pero aún así eché a andar. No preguntéis por qué, cuando recobré el hilo de mis pensamientos me encontraba delante de la puerta de una de las habitaciones cerradas, y como si fuera algo normal, puse la mano sobre el pomo y dije “Aperi”. La puerta se abrió sin resistencia y me adentré en una habitación iluminada. La luz parecía salir directamente de las paredes de piedra, no encontraba ninguna fuente de luz concreta. Había una cama bastante destrozada por la carcoma y varios utensilios personales.  Un cofre, ropas varias de mujer y fragmentos de armaduras. Era la habitación de la mujer de mi extraña visión. Miré el anillo que brillaba esta vez con luz propia y luego a las paredes. Si no fuera por mi costumbre a soñar con magia y demás cosas fantásticas, hubiera pensado que estaba loco, pero.. “lágrima de la tierra” la llamaron.
Abrí el cofre y dentro encontré libros y mapas. Sobre una mesita había una pluma y lo que parecía ser una carta. Claramente se podía leer (en perfecto latín, el cual repentinamente comprendía ):

Hoy tenemos planeado huir de aquí. Llevamos demasiado tiempo escondiendo dos de las lágrimas en este sitio y algo en las vibraciones de la tierra me dice que se acerca un gran mal. Esta noche, mi señor y yo partiremos en busca de los otros dos guardianes, pues la hora de unir de nuevo las cuatro lágrimas ha llegado. Y esta vez ni los templarios ni todas las órdenes de caballería junta podrán detener el mismísimo poder de la creación.
[...]
Algo se acerca a la puerta. ¡Algo grande viene! ¡He de avisar a mi señor!”

Así que eso era lo que había pasado. Todo era real.  Sin parar ni un momento, sabía dónde tenía que ir ahora. Me dirigí a otro cuarto, el que sería mi cuarto (si tomo por mía la piel del que cerró la puerta antes de morir). Esta vez usé la misma llave que usé para el portón y entré a una habitación oscura. Era muy parecida a la anterior, pero sobre la mesita habían varias cartas, mapas y un nombre. Una dirección. Lo recogí todo y me dispuse a intentar conciliar el sueño en los restos de una de las camas. Me apoyé sobre el suelo con la mano del anillo, cerré los ojos y dormí...

Desperté al lado del coche. No puede ser – pensé  - ¿Todo ha sido un sueño? He soñado siempre cosas fantásticas, pero esto era demasiado real. Cuando estaba al borde de las lágrimas y fui a restregarme los ojos, vi el anillo en mi dedo. No era un sueño. Miré tras de mí y vi a mi lado los mapas, las notas, libros e incluso la espada templaria.  Y en la cabeza tenía aquel nombre y dirección grabados. Estaba amaneciendo. Me sentía más vivo que nunca. Ágil, fuerte, me sentía otra persona (creo que os imagináis por qué) y, tras el descanso de la noche, recordé muchas otras cosas. Otras cosas que no eran recuerdos propios. Había recibido el legado de una misión, el legado de los últimos momentos de la vida de dos personas. Y, con ello, comenzaron a convivir en mi cabeza tres vidas completas.
Miré el anillo que brillaba tímidamente ahora. Luego miré a la tierra.  Cogí el coche y volví a casa, escondiendo todo lo que tenía en una mochila grande y me dispuse a leer los libros que, al contacto con la mano del anillo, recuperaban fuerzas mientras leía y que, una vez pasaba de página, se deshacían una a una.
Tras dos días encerrado, sin apenas comer ni dormir, lo entendí todo. Comprendí que tenía que hacer.

Segunda parte.

 
Me desperté temprano. Aún intentaba asimilar todo lo ocurrido tres días atrás. Todo lo aprendido en esos libros.
El anillo relucía en mi dedo y lo estuve contemplando durante horas tumbado en la cama. Por suerte (o desgracia, según se mire) vivía solo. Hacía mucho que estaba solo. Así que siguió pasando el tiempo, olvidando incluso comidas y/o cenas. Pasé varios días así.
Por fin, una mañana, decidí salir de casa. Sería inútil volver a aquel lugar, mayormente porque no tenía ni idea de cómo llegué a él.
Di un largo paseo por el pueblo. Compré algunas cosas y saludé a unos pocos conocidos. Al parecer, mi aspecto dejaba mucho que desear pero me importaba bien poco, así que continué mi marcha.
¿En qué pensaba? Bien, creo que a estas alturas ya se puede contar sin problemas.
El contenido de los textos era claro. Hace varios miles de años existió un grupo de grandes sabios. No me refiero a los filósofos clásicos en los que posiblemente se tiende a pensar. No. Era un grupo formado por alquimistas, astrónomos, físicos, matemáticos, etc. con unos conocimientos bastante distantes de su época (e incluso de la nuestra).
No eran partidarios del texto escrito, por lo que su conocimiento pasaba de boca en boca. Eso no quita que sus aprendices, no tan sabios, tomaran algunas notas e hicieran anotaciones respecto a la vida de sus maestros. Notas que los templarios se encargaron de destruir para hacer caer en el olvido cualquier signo de la existencia de aquellas personas.
Estos sabios, llegado el momento y en un alarde de grandeza y conocimientos increíbles, sintetizaron cuatro gemas artificiales. Cuatro gemas que contenían la esencia y la energía de los mismísimos elementos.
No se especifica cómo se hicieron, aunque sí habla de décadas de experimentos en la fusión de alma y naturaleza hasta el día en que se crearon las gemas. Su creación supuso la muerte de gran parte de los sabios ya que era necesaria la esencia humana para que tuviera sentido que un humano pudiera controlar el elemento en cuestión.
Estas gemas fueron guardadas en absoluto secreto durante siglos por sus correspondientes guardianes, seleccionados en base a un grado extremo de confianza y la demostración de la valía mediante pruebas de conocimiento.
Con el tiempo, se formó una sociedad secreta destinada a la protección tanto de las gemas como del conocimiento antiguo. A pesar de esto, gran parte de aquella ciencia se perdió poco a poco ya que nunca fue registrada por temor a extraviarla. Lo que sí se conservó era la utilización de las gemas.
La manipulación de los elementos puede ser muy conveniente. Incendios que se generan/apagan espontáneamente. Lluvias en tiempos de sequías. Aire en días de calma o la detención de huracanes. Durante siglos, el uso de las gemas pasó desapercibido y fue en pos de la protección de la humanidad.
La fuente del conocimiento, la sede de la sociedad secreta, consistía en una gran biblioteca situada bajo tierra en medio de ninguna parte. Un gran compendio de toda la literatura y conocimiento acumulado durante siglos sólo conocido por los integrantes de dicha sociedad.
Pero nada es para siempre y pronto surgieron los templarios.
Una orden que comenzó guardando los caminos de Tierra Santa y que pronto comenzó a ostentar un extraño poder. Su afán por recolectar todo secreto, tesoro humano o leyenda no tenía fin. Y un secreto tan suculento como el de las “Lágrimas sagradas” no podía esconderse a ellos mucho tiempo.
Y fue realmente por casualidad por lo que llegó a sus oídos.
El cristianismo estaba verdaderamente extendido por toda Europa y muy arraigado en el pueblo. Tanto, que hasta miembros valiosos de la sociedad secreta eran fervientes creyentes.
Fue uno de ellos, en su lecho de muerte y recibiendo la extrema unción, el que en su inocente confianza en los eclesiásticos le confió un mensaje importante a un miembro amigo. Un mensaje que mencionaba “ciertas gemas”. Nunca fue consciente de que acababa de sentenciar siglos de anonimato.
Los templarios destinaron rápidamente una partida de guerreros a la investigación de todo lo referente a esas gemas y tras varios años, consiguieron infiltrar un joven avezado en el grupo secreto.
Como uno más (o incluso uno sobresaliente entre los demás) el infiltrado no tuvo problemas para filtrar al exterior muchísima información privilegiada. Localizaciones, leyendas, conocimientos ocultos, nombres... e información de las gemas.
Su posición dentro del cónclave fue subiendo y subiendo hasta que un buen día (los templarios sabían ser muy pacientes cuando algo les importaba) realizó la prueba definitiva. No era un soldado normal, sino un gran erudito, por lo que pudo superarla y llegó a convertirse en el Heredero del Fuego. Con la muerte de su entonces portador, pasó a poseer la Lágrima de Fuego.
Había llegado la hora. Tras mostrarle a sus superiores las virtudes de la gema, un nutrido grupo de guerreros irrumpió con el traidor a la cabeza, en la Gran Biblioteca. Muchos fueron los que murieron antes siquiera de saber qué ocurría. El traidor se cebó reduciendo a cenizas todo y a todos. Tomado por sorpresa, el Heredero del Viento no tardó en sucumbir ante ese ejército y su gema fue otorgada al Gran Maestre.
Su objetivo era ahora los dos Herederos restantes. Pero estos estaban preparados para defenderse y se libró una cruenta batalla “mágica” que acabó con la vida de muchos templarios.
En un último esfuerzo, el traidor fue derrotado y, mientras los Herederos del Agua y la Tierra se internaban en un túnel oscuro, hubo un momento de cruce de miradas.

- No podéis huir. La orden os buscará y capturará aunque eso nos lleve toda la eternidad, herejes. Esas Lágrimas serán nuestras y entonces cambiaremos el mundo con el poder conjunto de las cuatro. – dijo el traidor.

- Podemos escapar y lo haremos. Jamás reuniréis las cuatro Lágrimas porque no tenéis aún el derecho ni el poder para conocer todos los secretos de este mundo. Fuiste considerado hermano y nos traicionaste a todos. Por ello, sufrirás tu destino en manos de tu elemento y entonces sabrás que condenaste nuestro mundo. – dijo el Heredero de la Tierra.

Mantuvieron la mirada unos segundos más y entonces un gran bloque de tierra cubrió la entrada del túnel, separándolos para siempre.
Cuenta que tiempo después, aquel traidor fue quemado vivo en la gran persecución del a Orden Templaria y que, mientras ardía, no dejaba de llorar descontroladamente. 
La sociedad de las Lágrimas nunca volvió a reformarse, pero los dos herederos restantes y un pequeño grupo de adeptos prófugos sobrevivieron en otras tierras durante mucho tiempo hasta que, y aquí entro yo, ocurrió lo que presencié en la visión de la casa subterránea.

Así que todo eso era en lo que pensaba mientras caminaba por la calle. Me había metido en algo demasiado importante para alguien normal.
Tenía varias cosas claras: La Orden Templaria continuaba existiendo. Las lágrimas continuaban existiendo y debía aprender a controlar ese magnífico poder para tener alguna oportunidad contra las demás. Algo me incitaba a pensar que quedaban miembros de aquella vieja sociedad deambulando por el mundo en busca de su gran secreto.
Y la cosa más importante de todas. Al fin tenía un objetivo por el que vivir, un sueño que me diera fuerzas.
El mayor de mis problemas, como entenderéis, era por dónde empezar.
Mi economía no era tan mala. Por motivos que no vienen al caso, tenía ingresos constantes y suficientes como para vivir cómodamente. Dado mi bajo nivel de vida, tenía bastante ahorrado, así que el mayor inconveniente era cual iba a ser mi primer movimiento. A falta de buenas ideas y demasiado tiempo libre, comencé a hacer excursiones al campo. Allí, intentaba entrar en sintonía con la propia naturaleza, meditando largas horas e intentando desentrañar los secretos de mi Lágrima de la Tierra.

jueves, 6 de diciembre de 2012


Un baile. Unos susurros. Un par de abrazos y cogidas de mano. Unos "te quiero". Un gran silencio. Demasiado silencio. Unas miradas. Un viaje. Unas palabras. Una foto. Una cita. Una frase. Un beso. Una carrera. Un tropiezo. Una caída. Un baile. Unos susurros. Un par de abrazos y cogidas de mano. Muchos "te quiero". Un gran silencio. Un silencio que llora.