Un hilillo rojo de sangre recorría sus mejillas. La sal del agua no
hacía más que entorpecer su avance con dolor. Al fondo, se veía la playa.
Demasiado lejos. Empezó a hacer planes.
Le diría todo lo que sentía. Lo arreglaría. Sobreviviría.
El sol cegaba sus ojos. Quemaba su piel. El frío del agua lo entumecía.
La corriente le arrastraba. Al final, se
desmayó.
Un mordisco lo sacó de su sopor. Estaba en la arena. La marea lo había
dejado en tierra. ¿Por qué?
Miró hacia su pierna y un pequeño animalillo huyó espantado. Estaba vivo.
¿No estaba muerto?
La hemorragia se había detenido pero notaba un intenso ardor en la
cabeza.
Agua. Tenía mucha sed.
Caminó tierra adentro. Pronto encontró un pequeño manantial en una
pared de piedra y bebió hasta saciarse. Escuchó una voz. Se desmayó de nuevo.
Se encontraba en un bosque.
Podía ver la silueta de unos árboles inmensos. Una intensa niebla cubría todo y
un frío intenso le aguijoneaba la piel. Ya no caminaba sobre suave arena sino
sobre un manto de hojas secas. Escuchó una melodía, una hermosa melodía. La
cabeza le daba vueltas.
Caminó durante horas, o tal vez minutos, guiado por una voz femenina.
La niebla se disipó y la vio de pie, sobre las aguas de un lago. A su
alrededor, los peces danzaban. Se mantuvieron las miradas durante una
eternidad. Volvió a sentirse caer y todo se hizo oscuro.
La nieve comenzaba a quemarle la piel cuando despertó. A su alrededor
sólo se encontraba una pequeña gruta. El resto era un infinito campo nevado. Lo
primero que pensó fue en refugiarse mientras ponía sus ideas en orden. La
cabeza parecía a punto de estallarle cuando vio una luz en el fondo del
refugio. Parecía cálida como la de una antorcha. Tras seguirla, encontró una
habitación. En ella había un cofre, una silla y un pequeño escritorio con un
libro encima. Movido por impulso, abrió el libro por el final. Vio un grabado
de si mismo mirándose en un espejo. En el reflejo, alguien le miraba desde
detrás.
Oscuridad.
Lo despertó el trinar de los pájaros. Parecía primavera. Un denso campo
verde le rodeaba. Unas cuantas nubes cubrían el cielo.
Caminó. Empezó a comprender. La
cabeza le dolía más y más.
Esta vez la encontró sin
buscarla. Ahí estaba ella, hablando con los pájaros. Sus miradas volvieron a
cruzarse.
No me dejes solo. - dijo él.
Como desees - contestó ella, con una media sonrisa.
Ella le abrazó. Él lloró. Se cogieron de la mano. El dolor de cabeza cesó. Sólo oscuridad.