Cuentan que hace siglos, escondidos en las lejanas tierras
del norte más allá del Mar de Ether, estaban todos los tesoros que los antiguos
dragones habían robado del imperio perdido de Cethea.
Por todos es sabido que la perdición del imperio se debió a
su gran acumulación de riquezas y a su desafío abierto a los dragones.
En aquella época, cuando los dragones todavía sobrevolaban
el cielo y descansaban en sus opulentas cavernas oscuras, cuando los caballeros
no se atrevían todavía a darles caza porque eran numerosos y jóvenes, existía
toda una civilización de grandes constructores y artesanos. La grandeza de sus obras traspasaba todas las
fronteras de este mundo y no eran pocos los que acudían en busca de sabiduría.
Era el centro del conocimiento en el mundo conocido. Adoraban a los dragones,
pues conocían su misión en la tierra y su superioridad, y compartían la
sabiduría con ellos. Los dragones les enseñaron el flujo del tiempo, la bóveda
celeste y grandes y antiguas leyes, leyes que dominan el mundo.
El tiempo pasó y el poder y la fama fueron corrompiendo a
esa gran nación. La distancia con los dragones se hizo grande y no fueron pocos
los que se revelaron contra ellos atacándoles. Los dragones, entristecidos por
este cambio en los humanos (tan débiles y de vidas tan cortas para ellos)
decidieron alejarse y vivir sus vidas apartados de los humanos. Pero el gran
imperio de Cethea comenzó a volverse todavía más codicioso y ansiaba todo el
poder de los dragones, todos sus secretos. Querían ser los nuevos dioses. Así,
un día, un gran ejército partió en busca de sus guaridas y mató a muchos de
ellos. Pero los dragones no estaban dispuestos a permitir semejante desafío y contratacaron.
Con una lluvia de fuego y destrucción, arrasaron el ejército y, majestuosos, se
plantaron ante el gran Emperador en el campo de batalla.
- Malditos dragones. Tal vez yo muera, pero vendrán más
detrás de mí y acabarán con vosotros. Os odiaré eternamente y mi sangre os
perseguirá hasta el fin de los tiempos.
- No vas a morir. Te odiamos profundamente y ese odio vivirá
con nuestra raza hasta el fin. Por tu culpa han caído muchos de nuestros
hermanos, nuestros hijos. Te vamos a condenar. A partir de ahora, vivirás hasta
el fin de los días, pero seguirás envejeciendo. Llegará el momento en que serás
un anciano decrépito y no podrás más que balbucear, pero seguirás viviendo. Aquí
tienes el cadáver de tu hijo, muerto por tu culpa una vez. Pero tranquilo, lo
verás crecer. Pero lo verás crecer como aquello a lo que tanto odio has
promulgado.
Dicho esto, un pequeño dragón joven se acercó al cadáver de Erintar
y comenzó a brillar. El gran Emperador abrió los ojos como platos y se aterró
al ver el dragón desaparecer y su hijo despertar.
- No podeis… No..
- Tu sangre, tu linaje, será el linaje del dragón. No podrás
levantar una mano contra él, y nosotros desapareceremos cuando tú mueras. Verás
todas las estaciones de este mundo y, cuando nos vayamos, te irás con
nosotros. Tu misión será guardar este
pergamino, el cual sólo alguien de tu linaje podrá abrir. Ahí radica la prueba.
Si dentro de muchos años, tu sangre, la sangre de los hombres ha superado su
odio y su rencor, su miedo, encontrarán este tesoro y lo poseerá. El mundo será
distinto. Nosotros nos iremos habiendo cumplido nuestro objetivo
Si por el contrario, vuestra sangre sigue manchada, todos
desapareceremos y los humanos quedaran desamparados, condenados a una eterna
búsqueda de algo que ya no existe.
- ¿Entonces, esto es…?
- Sí, es tu salvación y la de los tuyos. Es tu perdón y el
de los tuyos. Hasta el día en que sea leído, todos los tuyos no tendrán
descanso. Y ese día está muy lejos. Vuestra parte humana pagará por tus
pecados. Aquí residen los secretos del descanso eterno.
Pasaron muchos años y la historia pasó de boca en boca. La
gran ciudad fue totalmente destruida y pocos fueron los supervivientes. Durante
décadas, los viajeros visitaban las ruinas en busca de unos tesoros que nunca
encontraban. La leyenda contaba que los
dragones habían robado un tesoro superior a todos los demás. Todos sabían que
era muy importante pero nadie sabía de qué se trataba.
Poco a poco, los dragones fueron muriendo a manos de los
hombres. Su tiempo había pasado y el odio se había extendido por toda la
humanidad, no dándoles tregua nunca (y ellos necesitaban largos meses de
descanso). Aun así, nunca se encontró la cueva o lugar donde se guardaban todos
los tesoros del imperio perdido.
Era de día cuando Etarín marchó de casa en busca de aventuras.
Desde joven siempre se había sentido apasionado por las leyendas de dragones y
el sueño de su vida era ser el gran descubridor de su historia. Ansiaba
documentar todo lo que les había ocurrido y hacer grandes descubrimientos. A pesar del paso de los siglos, las leyendas
sobre la época de los dragones eran abundantes aunque muy fantasiosas. Algunas
aseguraban que no eran más que grandes bestias sanguinarias, sin consciencia,
que se tuvieron que asesinar. Otros, aseguraban que dominaban todos los
elementos, que eran dioses todopoderosos y que nos abandonaron. Había versiones
de lo más dispares y Etarín las recopilaba todas. Era pleno invierno, pero no
necesitaba abrigo. Desde pequeño siempre había sido muy caluroso. Siempre se había sentido distinto a los demás
y era algo atrevido. No conocía el miedo.
Tenía unos ojos verdes parduzcos. El pelo negro como el
carbón y una sonrisa arrebatadora. Tenía una buena forma física y una gran
fuerza gracias a sus trabajos en el campo. Era un chico apuesto.
Sus viajes le llevaron a lo largo y ancho del continente,
donde conoció a grandes personas de las cuales algunas se unieron a su viaje. En todas las historias que escuchaba, siempre
quedaba un hueco, una pregunta sin respuesta. ¿Qué era el último gran tesoro?
Todas las historias coincidían en algo. No era algo
material. Era algún tipo de conocimiento,
de fórmula secreta.
Su viaje, prologado durante años, le llevó al final a las
antiguas ruinas de Cethea. Vivió con sus compañeros durante mucho tiempo allí, embriagándose
con el olor de los tiempos de grandeza, la gran caída, la historia que les
rodeaba. Se sentía extrañamente bien en esas ruinas.
El tiempo pasaba más rápido de lo que parecía y todo parecía
distinto en aquella devastada ciudad. Nadie había podido pasar allí más de un
mes y pronto sus compañeros volvieron a zonas habitadas. Pero Etarín no podía
abandonar. Algo le atrapaba allí. Sabía que tenía que volver, irse rápido de allí,
sentía miedo de algo(o eso creía él, no sabía exactamente qué era el miedo) y
no sabía de qué, pero también presentía que el sueño de su vida estaba cerca.
Que el fin mismo de su existencia estaba ahí. Una noche, observando las estrellas, escuchó
unos crujidos extraños. Se levantó precipitadamente y se encontró de frente con
una preciosa mujer.
La mujer estaba tan sorprendida como él por ese
encuentro. Ambos se quedaron congelados
en una mirada profunda que se rompió cuando ella comenzó a correr. Etarín
corrió detrás de ella y la siguió durante unos minutos hasta que al fin se
paró. Se giró y se dirigió a él:
- ¿Tú quien eres y qué haces aquí?
- Mi nombre es Etarín, pero ¿qué haces tú aquí sola? Hay muchos días de viaje hasta el poblado más
cercano y no llevas equipamiento….
- Vivo aquí. Te toca responder.
- ¿Qué?¿Aquí? Eso es imposible… Ejem, ejem.. Yo estoy aquí buscando
vestigios de los dragones y de la caída de la ciudad.
- Vaya, un explorador. Qué curioso. ¿Cuánto llevas aquí?
- Ayer hicieron 3 meses.
La chica abrió visiblemente los ojos.
- ¿No sientes miedo, humano? ¿No sientes la necesidad de
alejarte de aquí?
- En parte si, pero yo no soy un cobarde. Espera, ¿humano?
¿Qué te crees que eres?
- Sígueme.
Anduvieron juntos durante más de una hora. Cada vez la
cordillera que se vislumbraba desde su campamento estaba mas cerca. Aunque él
le hizo mil y una preguntas, ella no emitió ni un solo sonido en todo el viaje.
Al llegar a la base de la montaña, la
chica se introdujo en una cueva y desapareció.
Etarín encendió una antorcha y entró detrás de ella
temeroso. La cueva pasó a ser una caverna inmensa. Era como si la montaña
entera estuviera hueca. Gritó y llamó a la chica, pero sólo escuchaba sus
propios ecos.
Era demasiado tarde para echarse atrás, así que siguió
avanzando.
Tras largas horas de recorrido, túneles sin salida y
serpenteantes caminos, llegó a una puerta. Una puerta de madera vieja,
carcomida y de goznes prácticamente desintegrados por el óxido.
Era curioso de nacimiento, así que no pudo evitar preguntarse
que maravillas u horrores podrían haber detrás y se decantó por las maravillas.
Estiró de la puerta la cual cedió con un gran crujido, arrancándose de cuajo.
Se quedó sin respiración. Cuando el polvo levantado comenzaba
a aposentarse, vio ante él otra gran caverna, esta vez ya iluminada. Era un
gran recinto circular, una gran bóveda. Por todas las paredes habían grabados
extraños y olvidados. En el centro había una figura humana, lo que serían los
restos de un humano muerto quizás hace siglos.
Extasiado, como todo buen amante de la historia, Etarín
corrió a analizar los grabados, a analizarlo todo. Cuando estaba inmerso en las
pinturas de las paredes, un extraño gemido le sacó de su ensimismamiento. La
figura sentada en el centro estaba viva.
Se acercó sin creerse lo que veía. El hombre(¡era un
hombre!) parecía casi un esqueleto, pero todavía conservaba la piel encima de
los huesos vistosos. Etarín pudo apreciar como levantaba la mirada y se cruzaba
con la suya. Un escalofrío como nunca había sentido le recorrió el cuerpo.
Sintió miedo, verdadero pavor. Llegó a arrepentirse de todo cuanto le había
llevado ahí. Llegó a arrepentirse de sus sueños y se planteó renunciar a ellos.
Una vez te planteas renunciar a tus sueños, todo está perdido.
La chica que le había llevado ahí apareció de detrás de un
inmenso pilar grabado con la figura de cientos de dragones. Se acercó al hombre agonizante y le susurró
algo al oído. Ambos le miraban.
- Yo.. yo no sé donde estoy.. No debería estar aquí..
Dejadme marchar.
- Tranquilo – dijo la chica- no te vamos a hacer nada.
Ella empezó a acercarse a él lentamente.
- Sé lo que hacías en Cethea. Sé todo de ti desde el momento
en que pusiste tu mirada en la mía. Estás muy cerca de encontrar lo que buscas,
jovencito.
- ¿De qué estás hablando?
- De tu sueño. De tu gran pregunta.
El hombre sentado en el trono central no dejaba de murmurar.
Emitía sonidos que no sabía si eran palabras o sólo lamentos. En sus rodillas
había un pequeño cofre que parecía muy nuevo.
En el interior de Etarín había una gran pelea. Dos partes
muy diferenciadas de él, que hasta ahora no conocían, estaban luchando
intensamente. Algo, no sabía el qué, le
impulsaba a matar a esa chica, la veía como una gran amenaza. Sentía la
imperiosa necesidad de abrir ese cofre y acabar con ella. Por otra parte, algo le
incitaba a abrir ese cofre… ¡pero a matar al anciano!
Era demasiado confuso todo… Un odio, un odio inhumano había
surgido de la nada y le incitaba a matar a ambas personas en la cueva. Tenía
miedo, mucho miedo. Estaba cerca de cumplir su sueño, su razón de estar vivo. Todo en su vida le
había llevado a ese momento, a ese cofre… ¡El cofre!
Se lanzó a la carrera al trono central y puso sus manos
sobre el cofre. El hombre tenía sus manos aferradas a él y la mirada clavada
fijamente en Etarín. Parecía una monstruosa aparición de ultratumba. Sus manos
atraparon las de Etarín con una fuerza inexplicable y él grito de terror. El
hombre no dejaba de murmurar y Etarín no podía escuchar nada presa del pánico.
En un acto reflejo, consiguió liberarse y con la mano libre, apuñaló al hombre
que parecía querer acabar con él. De
repente, todo comenzó a girar. Se escuchó un gran rugido y donde antes había una
joven ahora había un reptil gigante. ¡Un dragón! Era imposible, ¡imposible!
Estaba apunto de perder el conocimiento por el pánico
cuando, delante suyo, bajo sus manos, el esquelético hombre comenzó a
rejuvenecer. Delante suyo, se formó un hombre que guardaba un gran parecido con
él. Etarín no podía creer lo que veían sus ojos. El cofre cayó de las rodillas
de su antepasado, abriéndose y dejando a la vista un pergamino que rápidamente comenzó
a desintegrarse.
El hombre comenzó a hablar.
- ¿Qué has hecho? Nos has condenado a todos. ¿No tienes idea
de quien eres? ¿De qué haces aquí? ¿Tan inútiles han sido mis hijos durante
todos estos siglos que no han sabido educarte? Los dragones… no… - y el hombre
se deshizo ante los ojos de Etarín.
Estaba al borde de la histería. ¿Qué había querido decir?
¿Qué había hecho? Él no había querido
matarle, algo había empujado esa daga por él…
De pronto sintió un gran dolor en su interior y una de las dos voces que
había empezado a escuchar se silenció con un grito.
El dragón habló:
- Mortal, en tu
inocencia has sido presentado aquí, el Salon del Tiempo, ante tu antepasado más
lejano, el emperador de Cethea. Hace siglos, el odio y la sed de sangre de tu
raza hizo que los dragones abandonaran este mundo dejándonos solo a unos pocos.
En tu interior ha habido sangre de dragón desde el día de tu nacimiento, pues
también eres parte de nosotros. Ese cofre contenía el perdón para toda tu raza.
Contenía algo que era más importante de lo que ningún humano hubiera podido
comprender jamás. Pero ahora ninguno podrá conocer su contenido. El miedo, el
miedo a lo desconocido, vuestras pesadillas, el miedo a la oscuridad y a todo
cuanto os rodea te ha llevado a esta decisión. En tu sangre había impreso un
odio atemporal, tu sangre de dragón odiaba a todos los humanos, pero en
especial a este hombre. Y la parte de tu sangre que compartías con él nos
odiaba profundamente. En la batalla del odio ha ganado el miedo y ahora
desapareceremos llevándonos ese odio ancestral con nosotros. Pero aquí se
quedará el miedo.
En el fondo me entristece. Yo no quería desaparecer… Los
dragones no olvidamos, pero si perdonamos y yo en particular no quería que él
muriera. Hubiera preferido vivir junto a… - el dragón fue desvaneciéndose poco
a poco
A la vez que el dragón desaparecía, Etarín se sentía morir.
Algo en él estaba desapareciendo. Su sangre de dragón. Sus sueños rotos. Como
un espectro, se sentó en el trono y recogió el contenido del cofre, devolviéndolo
a su interior y poniéndolo sobre sus piernas. La estancia comenzó a brillar.
Todo había dado un giro drástico, en sólo unos segundos, había pasado de ser
alguien normal a estar condenado. Lloró, lloró durante horas y las lágrimas se
derramaron sobre el cofre, sobre el suelo. Se arrepintió de corazón y pidió
perdón por él y por sus antepasados. Él había amado a los dragones aún sin
conocerlos más que a las propias personas. Él siempre había creído que era
especial y que conseguiría algo importante. Nunca se había dejado dominar por
el miedo y en el momento más importante de su vida falló.
Sus ojos empezaron a cambiar. Su cabeza estaba apunto de
estallar, una inmensa cantidad de conocimiento empezó a introducirse
bruscamente en ella.
Una voz resonó por toda la caverna:
- Vivirás eternamente como tu antepasado, pero esta vez será
distinto. Llevarás la carga de la condena que pesa sobre vosotros y dedicarás
tu vida a salvar a cuantas personas puedas.
Nunca sabréis, humanos, cual era el secreto que os regalamos, pero os
daremos una oportunidad de ser felices. No envejecerás. Te dedicarás a enseñar todo el
conocimiento que te hemos regalado.
Nuestro último regalo a la humanidad.