viernes, 21 de enero de 2011

Ayer

"Tímido, reservado y callado,
él vivía en un continuo llanto.
Incomprendido, extraño y solitario
se sentía a diario.
A escondidas, todos los días, observaba.
A escondidas, miraba y callaba.
Con nostalgia por su niñez, suspiraba,
y por la tristeza de la realidad, lloraba.
No siempre habría de durar ese tormento.
Siempre se puede volver a empezar.
Y así, descubrió la amistad,
la alegría y la felicidad.
Cayeron los muros de su interior,
su timidez, se tornó extroversión.
Su silencio, en una retahíla de palabras sin fin
y su llanto, en una eterna sonrisa.
Solo sus reservas no logró evitar.
A veces, es mejor tener algo que ocultar."

miércoles, 5 de enero de 2011

Noches interminables


Qué noche tan oscura. Me siento sólo, vacío. Tiemblo de frío. Frío emocional. Se estremece mi alma en tristes sueños e ilusiones, algunas, fracasadas, otras, todavía por fracasar. Voces atormentan mi cabeza, no dejándome descansar. Me persiguen, se entrometen hasta en mi más preciado recuerdo y lo sacan a relucir. Los fantasmas del pasado me gritan sin cesar. Corro, corro a ciegas en esta noche sin luna, sin rumbo, sin dirección, solo quiero huir. Huir de este llanto que me invita a participar de él. Quisiera ser un niño, volver a vivir todos aquellas risas, esas emociones inocentes y llenas de esperanza. Porque de niño, hasta el peor de los dolores es más llevadero, hasta la más oscura noche sabes que va a acabar. Me pesan los parpados, el desánimo me domina por completo. No tengo ganas de estar despierto, no tengo ganas de dormir. No tengo ganas ni siquiera de respirar. Cada inhalación viene seguida por un suspiro, un suspiro que me recuerda que sigo aquí, escribiendo, porque solo así las voces, expectantes por ver que plasmo sobre el papel, me dejan en paz. Porque sólo así, consigo olvidar.  Por desgracia, pienso que días como hoy nunca acabarán. Que estas noches interminables  siempre me perseguirán.

Desierto



Árido, gris, desolado. Paraje cambiante, en forma y vida. De día, el mismísimo infierno. Tórrido, inhabitable. Seco, amarillento.  Huye de la luz, busca una sombra, pocos seres se atreven a vivir en él.  Dunas. Viento, que con su suave roce reseca y quema la piel. Viento, que mueve montañas enteras de la noche a la mañana.  No hay donde huir.
Noche, total oscuridad. Frío, páramo infinito. Miles de estrellas, vida nocturna. Reptiles, pequeños mamíferos, todos corren esperando vivir un día más.  Temblores, el calor desaparece de tu cuerpo.  Tan mortal como el día, vayas donde vayas todo te parecerá igual. Siempre andarás en círculos. Entre el día y la noche. Esperando que termine el  uno para que empiece el otro, y viceversa.
Es extraño. Tan extremo, tan drástico, y aún así, no todo es muerte en ese lugar. Tal vez, por fortuna, te topes con un oasis. Un lugar donde descansar, un lugar de paz, con sombra, con agua, con vida. Pero no un hogar. No puedes vivir en él por siempre, tarde o temprano debes partir, tener un motivo para seguir, buscar siempre más allá de tu horizonte.
Porque, como el desierto, es la vida humana. Siempre en los extremos, luchando por buscar el equilibrio, luchando por mantenernos en el filo de la hoja. Tan pronto estamos tristes, agotados, deprimidos, que encontramos un motivo para estar alegres, enérgicos, felices. No obstante, ambas cosas solo duran un breve periodo de tiempo, y van alternándose. Demasiado tiempo de una, no puede sino destruirnos por dentro. Qué bonita sería la vida en un estado de perfecta armonía. En una amalgama de tristeza y alegría, perfecta,  sin altibajos. Siempre cómodo, agradable, un pequeño oasis en el caos de la mente.  O tal vez no sería tan bonita. Al igual que no puedes pretender vivir para siempre en el oasis, no puedes vivir una vida pasiva, limitándote a sobrevivir sin emociones, sin conocer la felicidad más absoluta y la tristeza más dolorosa.  Porque todo ello nos enseña, nos nutre, nos hace sentir vivos. Porque la vida no consiste en sobrevivir, sino en vivir.