lunes, 22 de diciembre de 2014

Una vez



Hubo una vez en que sentí el mar en la brisa que me acariciaba. Sentí su sabor salado, las lágrimas que arrastraba, los innumerables sentimientos que habían derramado sobre él. Sentí su desbordante impotencia. El mar, que todo lo abarca, se sentía solo. Sentí su soledad. Me bañé en ella.
Hubo una vez en que llegué a orillas del mar. Sentí sus caricias en las plantas de mis pies, su abrazo en la fuerza de sus olas y la risa en la espuma de sus crestas. Y aún con todo eso,  supe que lloraba. El mar, que tantas lágrimas recoge, estaba llorando. Sentí su tristeza. Pero esta vez, estaba con él.

- ¿Por qué lloras?  -pregunté a su agitada superficie.
- Porque, aunque te veo una vez más, en verdad no puedo tocarte. - susurró

Sumergido, volví  a preguntar.

-¿Por qué lloras?
- Porque, aunque te puedo tocar, en verdad no te puedo amar.
- ¿Y por qué no me puedes amar?
- Porque desde siempre todos han vertido sus lágrimas en mis aguas. Sólo conozco la tristeza de la distancia, la nostalgia del recuerdo y el dolor del corazón herido. Nunca nadie me dio su amor.
- No llores entonces, querido mar, porque aunque no lo creas, yo te amo desde que sentí tu soledad. Y si amor necesitas, te daré todo y más.

Y así, durante toda una vida, hubo una vez en que el mar aprendió a amar.

lunes, 4 de agosto de 2014

¿Preparado?

Un hilillo rojo de sangre recorría sus mejillas. La sal del agua no hacía más que entorpecer su avance con dolor. Al fondo, se veía la playa. Demasiado lejos. Empezó a hacer planes.  Le diría todo lo que sentía. Lo arreglaría. Sobreviviría.

El sol cegaba sus ojos. Quemaba su piel. El frío del agua lo entumecía. La corriente le arrastraba.  Al final, se desmayó.
Un mordisco lo sacó de su sopor. Estaba en la arena. La marea lo había dejado en tierra. ¿Por qué?
Miró hacia su pierna y un pequeño animalillo huyó espantado. Estaba vivo. ¿No estaba muerto?
La hemorragia se había detenido pero notaba un intenso ardor en la cabeza.
Agua. Tenía mucha sed.
Caminó tierra adentro. Pronto encontró un pequeño manantial en una pared de piedra y bebió hasta saciarse. Escuchó una voz. Se desmayó de nuevo.

 Se encontraba en un bosque. Podía ver la silueta de unos árboles inmensos. Una intensa niebla cubría todo y un frío intenso le aguijoneaba la piel. Ya no caminaba sobre suave arena sino sobre un manto de hojas secas. Escuchó una melodía, una hermosa melodía. La cabeza le daba vueltas.
Caminó durante horas, o tal vez minutos, guiado por una voz femenina. La niebla se disipó y la vio de pie, sobre las aguas de un lago. A su alrededor, los peces danzaban. Se mantuvieron las miradas durante una eternidad. Volvió a sentirse caer y todo se hizo oscuro.

La nieve comenzaba a quemarle la piel cuando despertó. A su alrededor sólo se encontraba una pequeña gruta. El resto era un infinito campo nevado. Lo primero que pensó fue en refugiarse mientras ponía sus ideas en orden. La cabeza parecía a punto de estallarle cuando vio una luz en el fondo del refugio. Parecía cálida como la de una antorcha. Tras seguirla, encontró una habitación. En ella había un cofre, una silla y un pequeño escritorio con un libro encima. Movido por impulso, abrió el libro por el final. Vio un grabado de si mismo mirándose en un espejo. En el reflejo, alguien le miraba desde detrás.
Oscuridad.

Lo despertó el trinar de los pájaros. Parecía primavera. Un denso campo verde le rodeaba. Unas cuantas nubes cubrían el cielo.
Caminó. Empezó a  comprender. La cabeza le dolía más y más.
 Esta vez la encontró sin buscarla. Ahí estaba ella, hablando con los pájaros. Sus miradas volvieron a cruzarse.
 No me dejes solo. - dijo él.
Como desees - contestó ella, con una media sonrisa.


Ella le abrazó. Él lloró. Se cogieron de la mano. El dolor de cabeza cesó. Sólo oscuridad.

domingo, 30 de marzo de 2014

Desgastado

Paseaba por un camino de tierra. Era un camino seco y polvoriento. Hacía mucho que la lluvia no lo tocaba y las plantas de los márgenes miraban tristes al pobre e intransitado camino.
 Pero yo continuaba andando.
Cerca, a poca distancia, se encontraba una buena carretera. Firme, bien pavimentada y con constante compañía. Las gentes reían y cantaban mientras seguían su camino. Una vía recta y directa a sus metas.
Pero ese no era mi viejo y olvidado camino.
Un buen día, al borde del camino, encontré un pequeño altar. En él había una vela apagada y una tablilla de piedra que rezaba: “Viajero, detente aquí y descansa. El fuego de la vela te mostrará qué hay más allá.”
¿Parar en el camino? Nunca lo habría pensado. No conocía a nadie que hubiera hecho un alto en el camino. Tras leer la tablilla, realmente comencé a sentirme cansado. Realmente necesité postergar el viaje.
Sin saber bien qué hacer, me postré frente a la vela y esta se encendió. Contemplé su llama durante horas hasta que caí en un sueño profundo.

Recuerdo pocas cosas de aquel sueño. Una vorágine de recuerdos, o tal vez de futuros recuerdos, sacudieron mi cuerpo. Personas que se iban, personas que llegaban. Momentos olvidados o momentos que era imposible que hubieran ocurrido ya.
Me vi a mi mismo mirándome fijamente.  Había una sonrisa tierna en mis labios y un brillo de compasión en mis ojos.

Me despertó el ruido de la carretera aledaña. La gente no paraba, siempre seguía caminando. Desde mi posición, era imposible ser visto ni verlos a ellos, pero sabía que ahí estaban, caminando.
La vela se había apagado. No sabía bien que había significado todo eso, pero tenía que seguir andando. Entonces, al mirar de nuevo al camino, vi que no sabía por dónde empezar. Cómo volver a caminar.
El pánico me atenazó y la ansiedad me hizo llorar. No podía quedarme ahí parado para siempre, pues todos saben que alguien nos sigue en los caminos y que cuando te alcanza, ha llegado el final.
De pronto, desde un árbol cercano, un anciano me miraba intensamente. Bajo mi sorpresa, empezó a acercarse a mí. Puso un pie en mi camino. Nunca había visto a nadie en mi camino. No en este, mi seco y desgastado camino.

- Hola chico, ¿te puedo ayudar?
- Hola señor, sinceramente, necesito volver a andar.
- ¿Qué te lo impide, chico?
- Cuando intento levantarme, las piernas me tiemblan y me caigo aquí, donde creo que nunca debí parar.
- Este altar es viejo. Casi tanto como tu camino. ¿Lo sabías? Mucha gente se pierde en sus caminos, se tropieza, trastabilla y avanza unos metros rápido, olvidándose algunas cosas. Otros caen, ruedan y se vuelven a levantar. Realmente hacía mucho que no veía a alguien pararse por su propia voluntad. ¿Sabes dónde estás?
- No, señor. Pero sé que en verdad hablé errado antes. Hice bien en parar. Aquí pude poner en orden mi vida, darle sentido a mis actos, recordar mi pasado y ver un futuro. Realmente esa vela ha encendido una llama dentro de mí.
- Tienes miedo, chico. Tienes miedo de que esa llama arda demasiado fuerte. Tienes miedo de alcanzar ese futuro. ¡Por los dioses! ¡Tienes miedo de ti mismo!
- Yo.. no...
- Yo te enseñaré, chico. Te enseñaré a volver a andar para que puedas parar a descansar tantas veces como pases de nuevo por este altar. Porque este altar es tu ‘piedra de toque’. En él podrás ver lo que fuiste, lo que eres y adivinar lo que serás. Siempre que estés perdido, podrás volver a él a descansar. Y, quien sabe, quizás algún día estés preparado para salirte de este camino y unirte a los demás. Pero quien ha pisado esta tierra seca, nunca olvida, y entre canciones siempre guarda un hueco para mirar más allá de la carretera transitada, para no seguir las líneas rectas, para escapar del flujo del mundo. Y quizás entonces un día veas de nuevo este camino. Puede que entonces veas, como hoy hice yo, a otro chico sin saber caminar e irrumpas en su camino para ayudarle a levantar.
Ahora ven, chico, te enseñaré de nuevo a caminar...


A nuestras espaldas, una fina llovizna rociaba la tierra.