[PROYECTO CERRADO... HASTA UN FUTURO :) ]
Prólogo.
Prólogo.
Caía la noche y aún era largo el camino.
No era difícil fijarse en él. Solo y callado. Caminaba cabizbajo,
ausente a todo lo que le rodeaba. Vestía una fina camisa negra de lino
acordelada y unos pantalones también negros remetidos sobre unas finas botas de
piel negra. Todo ello cubierto por una capa con una gran capucha que le
ocultaba el rostro.
El camino no estaba muy transitado: algún que otro viajero,
un pequeño carromato adelantado a los demás llenando el ambiente de los rebuznos
del burro que tiraba de él y nuestro protagonista. Era un camino Real después
de todo, pero eso no quitaba que hubiera algún que otro bache o tronco caído. Y
por supuesto, fuera del camino Real el peligro acechaba como en cualquier otra
parte.
Alguien muy observador, podría haberse fijado en la vaina
que colgaba a un lado de su cintura, oculta entre los pliegues de la capa. Podría
haber visto que no era un arma corriente, pues ninguna espada vista por los
hombres estaba forjada en metal negro.
Alguien muy
observador, podría haberse dado cuenta de que se movía tranquilo, sereno, con pasos
estudiados y ligeros. Impropios de un hombre normal.
El sendero no tardaría en adentrarse en un oscuro bosque de
robles, así que tendría que hacer un alto en el camino. Ya sabía lo que podría
encontrar en ese bosque en la oscuridad de la noche y, además, sólo un loco se
adentraría en un bosque tan viejo y frondoso como aquel sin luces de ningún
tipo.
Era una noche especial, por lo que decidió acampar junto al
resto de viajeros que se habían reunido junto a un pequeño fuego de campamento aunando
fuerzas para tener una buena cena.
Fue una cena agradable y amena: cerveza, pequeñas hogazas de
pan con mantequilla, dos pequeños conejos y algo de queso hicieron su papel. El
alcohol hizo que se diera paso a una agradable conversación y, más tarde, a la
narración de historias fantásticas (todo el mundo sabe que los viajeros gozan
de contar sus aventuras).
Nuestro protagonista se mantenía en silencio, expectante.
Había demasiado ruido para su gusto. Los caminos nunca eran del todo seguros,
pero hoy se hacía una excepción. No era una noche cualquiera. Se entretuvo
escuchando los relatos de los demás.
Desde pequeñas baladronadas de duelos y aventuras
fantásticas, hasta grandes historias conocidas como las de Larïel y Mertel, fueron
transcurriendo una tras otra entre gestos de aprobación e interés. Tampoco
faltaron las leyendas y mitos acerca del gran "Asesino Blanco" que
contaban enormes proezas de un tipo que vivió hace cientos de años y que,
fantasía o realidad, dominaba todos los estilos de combate, tanto mágico cómo
físico. Aunque variaban mucho de un
lugar a otro, todas coincidían en lo mismo: su nombre se debía al color de su
cabellos.
Llegado el momento, todos se giraron hacia el hombre de
negro. Era su turno y todos esperaban alguna reacción, pues no había mediado
palabra en toda la cena.
"Tienes pinta de haber recorrido mundo, cuéntanos
algo" - dijeron e insistieron.
Con una sonrisa sardónica, se retiró la capucha de la
cabeza. Todos quedaron asombrados al verlo. Tenía los cabellos cortos y
desgreñados, blancos como la leche. Ojos negros como la noche que les rodeaba y
un rostro cargado de arrugas y cansancio. No era viejo, su rostro no podía
haber visto más de treinta inviernos, pero su cara reflejaba una vida llena de
peligro, dolor y aventuras. Sus ojos decían saber mucho más de lo que correspondía
a alguien de su edad.
Todos se quedaron literalmente boquiabiertos.
Miró uno por uno a los viajeros y luego comenzó a hablar:
- Me alegra que me preguntéis. No acostumbro a hablar y
mucho menos a contar historias. Pero esta es una noche especial. Haré una
excepción. Alimentad el fuego, porque la historia que vais a escuchar es larga
y es una que no habréis oído jamás.- dijo, con una voz rasposa, fría, aunque animada.
El corro no tardó en echar leña al fuego y arrimarse más a
él con súbito interés. Uno de ellos sacó un rollo de pergamino y pluma, al
parecer, viendo en esa inquietante historia la oportunidad de una nueva canción
con la que seguir ganándose la vida como bardo. Si de verdad ese hombre era
quién parecía ser podría hacerse famoso.
- Comenzaré con las presentaciones. Mi nombre es Niráed, que
en el antiguo y olvidado letán significa
"El que ve más allá". No siempre me llamé así, nací con otro
nombre y me he llamado de muchas formas a lo largo de mi vida, pero hoy y por
siempre, soy Niráed. Mi historia se remonta a hace cien años, cuando este
bosque se extendía hasta la Marca y todavía vivía la estirpe del rey Amüriel.
Como habéis adivinado no soy un simple aldeano sino alguien de mundo, pero no
estoy al servicio de ningún rey. Pertenezco a una antigua noble y vieja orden
que posiblemente ninguno de vosotros recuerde ya. Esta es mi historia. -dijo mientras se
acomodaba, comenzando lo que sería una larga historia por la que bien valdría
la pena pasar la noche en vela.
Capítulo 1 - De Trargm
Era una tarde lluviosa. El aire estaba cargado de humedad y
el viento soplaba con fuerza. Hacía frio y el camino estaba embarrado. Hacía un
tiempo de perros. Cualquiera con la falta de lucidez necesaria para estar paseando en esos momentos, se habría
fijado en que un hombre todavía más estúpido ataviado con prendas que no muchos
se pueden permitir, cabalgaba a toda velocidad bajo la lluvia. Montaba a
horcajadas, de pie sobre los estribos e inclinado hacia delante para evitar
acabar con el trasero destrozado debido al galope. El sol comenzaba a caer.
De familia noble y cuarto en la línea sucesoria, no tenía
muchas posibilidades de ser alguien importante.
Mi hermano mayor, Syrio, se dedicaba a aprender el oficio de
tirano (o señor, como lo prefiráis) con lo típico: estudio del arte de
regodearse con los otros nobles, banquetes por aquí o por allá, cuentas del
feudo, cobro de impuestos y lo que más agrada a los grandes nobles, la falta de
conocimientos y estudios útiles. Toda una hazaña viniendo de un zopenco como
él.
Luego estaba el segundo: Morrys. No es un gran nombre, lo sé,
pero él tampoco era un gran hombre. Su corta inteligencia se veía desde que era
muy joven, pero para su pasión tampoco la necesitaba. Deseaba ser soldado y
servir bajo las ordenes del rey Meilor, sueño que no tardó en realizar.
Después, en tercer lugar, teníamos a mi hermano Tanis. Era
mi hermano preferido. Tenía todo lo que un hombre podría desear (al menos un
hombre como yo). Era inteligente, audaz, le gustaba descubrir cosas y nunca
dejaba de aprender. En cierta manera soy como él, ya que se empeñó en enseñarme
muchas cosas. A él le debo mi pasión por la lectura y escritura. Mi afán de
buscar aventuras y ver el mundo. Pasábamos muchas horas juntos, sin
preocupaciones ni molestias de ningún tipo, como es lo normal en alguien que no
espera ser nada más que el hijo de un noble sin derecho a una posición mayor.
En cuanto a mis padres, no hay mucho que decir. Lord Taymer
era un hombre arrogante y malhumorado. Siempre se estaba quejando por afán de
quejarse. Mi madre, en cambio, era un ser delicado y frágil como una mariposa e
igual de hermosa. Por desgracia, murió poco tiempo después de nacer yo, así que
no entraré en muchos detalles más sobre mi familia.
Nuestro castillo se encontraba en una de las capitales del
Reino del Sur y, alrededor de nuestra vivienda, se alzaba una ciudad. La ciudad
de Trargm. No era una maravilla ni el súmmum de la higiene y la honradez pero
era nuestro pueblo. El castillo era muy ostentoso. Grandes almenaras cubiertas
de banderas con los colores de mi padre: el verde y el gris. Una muralla de
piedra nada envidiable rodeando el patio central, donde se practicaba la
equitación y el arte de la espada. Vamos, un castillo hecho y derecho.
Para terminar con la descripción familiar, estaba yo.
Teníamos al heredero, al guerrero y al estudioso todos en la misma ciudad, la
misma casa. ¿Qué quedaba entonces para mí? Poca cosa. O mejor aún, a nadie le
importaba a qué me dedicara mientras no molestase.
Me llamaba Travis.
No puedo decir grandes cosas sobre mí mismo, porque no era
gran cosa. Un chico bajito, de generosos mofletes, mirada perdida y torpe como
un burro. Para colmo, tenía el pelo blanco y liso, cortado al estilo vergonzoso
de la nobleza (a la altura de la nuca, pareciendo que llevase una capucha
blanca), lo cual no ayudaba a aumentar mi autoestima puesto que era raro en
todos los aspectos.
Mi vida transcurría tranquila, ajena a problemas mundanos.
Las habilidades de mis hermanos por separado me hacían convivir con la envidia
y los celos, pero mi hermano Tanis siempre me apoyaba. A partir de los 9 años,
ya sabía leer y escribir, algo impropio a mi edad y algo impropio, de hecho, de
cualquier persona normal. A falta de algo mejor que hacer y debido a mi falta
de forma física, pasaba tardes enteras entre juegos y libros. Tanis me trataba
con respeto y cariño. Tenía mucha paciencia conmigo y creo que disfrutaba
enseñando, lo cual explicaría por qué pronto se convirtió en Tutor Real.
A pesar de cuanto valoraba los estudios, mi mente también
miraba con recelo a Morrys. Leer tantas historias de héroes y valientes
caballeros que mataban dragones y salvaban princesas no me ayudaba mucho.
Deseaba con fuerza poder manejar una espada, incluso dos, como algunos de mis
héroes favoritos. Me veía caminando por las calles envuelto en un manto de
oscuridad, misterioso y temido. Luego me miraba al espejo y dejaba de soñar.
Mi infancia y adolescencia consistieron en eso. Cuando
alcancé los 16 años, todo lo que tenía en mi vida eran muchos conocimientos y
un físico algo mejorado (ya no era un rollizo niño noble). Mi hermano Syrio,
con sus 23 años, era el vivo retrato de nuestro padre. Tenía un defecto.
Parecía obsesionado con el poder, con el control. Además, no ayudaban sus
ataques de ira. Daba verdadero miedo.
Morrys, a sus 21, ya podía presumir de ser un buen soldado,
hábil con la espada y un buen jinete. Todo ello al servicio de su Majestad.
Tanis, con 19 años recién cumplidos, destacó en los altos
círculos por su habilidad enseñando y sus conocimientos. Todo esto llegó rápido
a oídos del Rey, que no era ningún inculto, y de forma casi inmediata
"invitó" (o más bien ordenó) a mi hermano a la corte, para ser el
tutor del príncipe.
Mi vida estaba a punto de cambiar. ¿Qué iba a hacer a partir
de ahora? Pronto encontré la solución. Aprender a montar a caballo.
La suerte estaba de mi lado, ya que me llevaba bien con el
caballerizo de mi padre. Era una persona amable y buena que cuidaba muy bien a
sus animales y estuvo encantado de enseñarme a amarlos igual que lo hacía él.
Pronto destacó mi notoriedad en este arte. Yo fui el primer sorprendido, ya que
es lo último que esperaba. Resultó que los caballos no me hacían demasiados
ascos y aprendía rápido. Ya había leído libros sobre la monta, pero una cosa es
la teoría y otra la práctica, así que dediqué todos mis esfuerzos a ello.
En lo que se tarda en decirlo, me encontré con 18 años
recién cumplidos. Mi amor por los caballos no había hecho más que aumentar y
pronto llegaría la oportunidad de salir de casa y ver mundo.
La ciudad de Trargm no era muy grande, pero sus ciudadanos
eran agradables. Me gustaba pasear por sus calles, visitar alguna que otra
tienda y leer libros en sus jardines. Estaba formada por pequeñas casas
acogedoras y la zona pobre era pequeña. El nivel de vida era saludable y habían
pocos mendigos en las cunetas. Durante mi infancia hice unos pocos amigos
verdaderos y al crecer incluso alguna amiga. Ellos no entendían de literatura y
las artes que estudiaba, así que nos dedicábamos a jugar a "Castillos y
Dragones" y "Rescata a la princesa". Cosas de niños. Alguna vez
incluso les leía cuentos que a mí me fascinaban, lo que suscitaba nuevos juegos
y entretenimientos. A medida que crecíamos, los juegos infantiles pasaron a
juegos de cartas en alguna taberna y pequeñas borracheras. Al fin y al cabo, a
nadie le importaba lo que yo hiciera con mi vida y a mis amigos, al principio
algo distantes, acabó dándoles igual mi posición social. Entonces, una noche
como otra cualquiera, entre mano y mano de "espadas" me tocó pedir la
ronda y fui dirección a la barra. Mientras esperaba mi turno escuché a un
hombre de aspecto cansado hablar con un par de nobles que tenía a su izquierda.
- Sí, los caminos no
son muy seguros, pero un mensajero del Rey viaja siempre con inmunidad
diplomática. Atacar a uno implica vérselas con la justicia del Rey. - dijo el
hombre de aspecto cansado.
- Es igual, ya te he dicho que no me interesa. Estoy muy
bien en Trargm y además, odio el olor que deja un caballo en mis ropajes. -
dijo uno de los nobles.
- Pero es imprescindible, se requieren más mensajeros. Hay
algo fraguándose en el aire, algo malo... Y van a ser necesarias todas las
personas posibles. Es un trabajo envidiado por muchos y bien pagado - dijo de
nuevo el que, por lo que decía, deduje sería un mensajero. - Si conocéis a un buen jinete, hacédmelo
saber. El Rey estará agradecido.
No es por alardear de ello, pero mi fama como jinete era
conocida por el pueblo. Al fin y al cabo era lo único en lo que destacaba que
pudiera interesar a alguien.
- Ehm.. ese chico... Pero es el hijo de Lord Taymer... no
creo que... - dijo el otro noble, que
aún no había intervenido y parecía bastante achispado.
Sin darme tiempo a reaccionar, el mensajero se giró hacia mí
y me disparó una retahíla de preguntas rápidas.
-¿Es eso cierto? ¿Eres un buen jinete? ¿Cuánto hace que
montas? ¿Qué edad tienes? ¿Estarías dispuesto? - dijo con una chispa de
picardía en los ojos.
- Ehm, verá.., yo...
- aún no se por qué dije lo que dije, debió ser el efecto del hidromiel
- ¿Es usted idiota? ¿Cómo pretende que
conteste a todo eso? ¿Es usted mensajero o sólo alguien dedicado a molestar? No
sabe con quién está hablando - dije mientras me arrepentía de mis palabras, al
fin y al cabo no era nadie. Pero eso no lo sabían todos.
- Vaya, disculpe mi ímpetu, pero llevo días cabalgando para
llegar hasta aquí en busca de alguien. El tutor del príncipe ha convencido a Su
Majestad de que por estas tierras hay buenos jinetes y que algunos estarían
dispuestos a dejarlo todo por salir a descubrir el mundo. Nos habló de un experto jinete llamado
Travis, hermano suyo. ¿Es usted? - dijo con curiosidad fingida, pues sabía que
sí era yo.
Así que todo esto era cosa de mi hermano. Maldición. Me
había seguido carteando con él y le había contado mis progresos, pero ¡no sabía
que pudiera hacerme esta jugarreta!
- Sí, soy yo. No me llamaría experto jinete, pero si tengo
devoción por los caballos. He recibido
clases del caballerizo de mi padre, pero no sé yo si ese trabajo..
De pronto recordé una de las últimas cartas que recibí de
Tanis:
"Hermano, se
desde pequeño cuanto has ansiado conocer el mundo, tener aventuras y ser de
utilidad. Ya que no se te dan bien las armas, tengo algo para ti."
No decía nada más del tema en su carta, así que pensé que se
le habría olvidado escribirlo. Ya veo qué tenía para mí.
De pronto se abrió mi mente. ¡Era lo que siempre había
soñado! (bueno, en versión más humilde).
Ante mi tenía la oportunidad de salir de una vez de Trargm y
poder dedicarme a explorar el mundo. ¿Quién sabe? Podría empezar como mensajero
y acabar como algo más... Pero desde luego era mejor que una vida basada en
leer, beber y jugar todas las noches en el mismo sitio.
- Déjeme pensarlo. No puedo prometer nada y tendré que
hablarlo con mi padre. - dije, aunque no muy convencido ya que se lo que iba a
decirme.
- Tranquilo, Lord Taymer ya recibió la noticia por carta
hace unos días. Está al tanto de que le buscamos y no puso ninguna objeción. Si
de verdad está interesado, le espero en la puerta del castillo tras la comida.
Lo había conseguido. Ya se había librado de su hijo raro y
estaba encantado con ello. Qué remedio. Una oportunidad así no se tiene todos
los días.
Me volví hacia la mesa de mis compañeros sin las jarras, me
senté con el rostro ausente y me dispuse a hablar.
- Chicos, tengo que contaros algo... - dije, poniéndome
serio.
- ¿De qué se trata?¿Qué te ha dicho ese tío? Y lo que es más
importante, ¿y la bebida? - dijo uno de mis amigos.
- Las bebidas están en la barra, se me han olvidado. Perdón.
Pero ese no es el tema, el tema es que ese hombre me ha ofrecido un puesto de
trabajo. Un puesto de trabajo que promete cumplir parte de mis sueños... y
debería marcharme para siempre de aquí.
Todos me miraron con cara de consternación. Es duro que un
amigo de toda la vida te comunique que se va para, posiblemente, no volver.
- Pero, ¿así, sin más? ¿Ya has tomado la decisión? - dijo
Wendy. A decir verdad, una chica muy atractiva a la que le tenía cierto apego,
ya sabéis.
- Es mejor que me vaya cuanto antes. Si empiezo a darle
vueltas, no me iré y me quedaré encerrado para siempre en Trargm. No es que
esté mal, teniéndoos a vosotros que hacéis mi vida feliz no puedo quejarme,
pero mi sueño...
- Yo te entiendo. No añadiré nada más. Si esto es una
despedida, tendremos que brindar con algo y desearte buena suerte. Dejadle en
paz chicos, hoy podemos decir que nuestro Travis se ha hecho un hombre. Además,
sabemos que volverá vaya donde vaya. - dijo Jerden. Era uno de mis mejores
amigos, por no decir el mejor. Siempre me apoyaba cuando lo necesitaba.
Todos agacharon un poco la mirada y luego sonrieron. Fue una
noche muy bonita, siempre la mantendré en mi memoria. Pero fue una noche muy
personal, de confesiones, promesas de amistad y esa serie de cosas que te
acongojan el corazón y te llenan de nostalgia, recuerdos y pena cuando estás
lejos. Puesto que ya he dicho que es personal, no entraré en detalles sobre lo
que pasó esa noche.
A la mañana siguiente, o debiera decir, al mediodía (la borrachera
fue considerable), me desperté en mi cama con un macuto ya preparado a mi lado.
No sabía que alguien tuviera tanto interés porque me largase de casa, pero yo
tampoco tenía mucho cariño a mi padre, así que no me lo tomé como una ofensa.
Comprobé que todo estuviera en su sitio. Cogí un par de
libros que necesitaba a mi lado, pues me recordaban a Tanis y me despedí del
caballerizo de mi padre y de los caballos. A mi padre no le dije ni adiós.
Salí por la puerta principal, cargando mi macuto al hombro cuando
lo vi. El mensajero cansado del día anterior parecía alguien muy distinto
ahora. Sonriente, seguro de sí mismo y descansado. Parecía una persona
preparada para todo.
- Sabía que accederías. Me alegro mucho. Primero de todo,
soy Willyam aunque puedes llamarme Will. Va a ser un largo viaje, así que
tendremos tiempo para conocernos un poco y charlar. Tengo dos caballos
ensillados en la casa de postas más cercana esperándonos. Vamos, Travis.
Miré atrás. Lo admito. Luego miré al horizonte y una lágrima
recorrió mi cara.
Adiós Trargm.
Capítulo 2 - El
Mensajero Real
La lluvia era sólo una pequeña molestia. El mensaje era
demasiado importante, el más importante en su año de carrera como mensajero.
Tenía que cabalgar 300 kilómetros en un día y reventaría a su caballo si era
necesario para lograrlo. Los relámpagos iluminaban el cielo y continuaba su
desbocado galope por el sendero. Las sombras se alargaban hacía él.
La salida de Trargm fue tranquila y sin incidentes.
Cabalgaba en silencio y cabizbajo siguiendo a mi nuevo compañero Willyam. Sentía
demasiada vergüenza para hablarle y también tenía demasiadas cosas en qué
pensar. De un día para otro había cambiado mi vida y ahora me encontraba al
lado de un completo desconocido rumbo a un lugar que jamás había visto para
trabajar en algo que no sabía que depararía. Creo que merecía unas horas de
reflexión.
- ¿Sabes? Creo que disfrutarás de esto. Te animará saber que
los mensajeros del Rey son verdaderos aventureros. ¿Quieres que te cuente
alguna anécdota? - dijo Willyam acercando su caballo al mío.
- Sí, por favor. Siempre me han gustado las historias de
aventuras y siempre he soñado con vivirlas. Sinceramente, creía que todo
quedaría en eso, sueños.
- Bien, ¿por dónde empiezo? Podría contar la de los
Shiritas... O no, mejor la del cráneo de dragón... No espera, esa es demasiado
corta. Veamos.. ¡Ya sé!
Así comenzó una serie de historias interesantes aunque
alejadas de lo que mi mente soñadora esperaba. Poco a poco fue creciendo la
confianza entre ambos y comencé a abrirme yo también. Las historias amenizaban
el largo viaje que pronto llegó a su fin. Era finales de verano y las noches al
raso eran cálidas. El camino estaba transitado y cuando quise darme cuenta
estábamos ante las puertas de la gran capital.
¿Cómo podría describirla? Era totalmente invisible hasta que
al rodear una montaña te encontrabas con ella de frente. ¿Cómo podía esconderse
así algo tan grande? Las puertas de la ciudad eran la cosa más alta que jamás
había visto. Vi la sonrisa de Will al descubrir mi cara embobada.
- Es increíble. - dije
-Yo no la hubiera descrito mejor
Cruzamos el portón y atravesamos las calles bien
pavimentadas de una ciudad repleta de gente. Y con la gente, vienen los
problemas. El alcantarillado de la ciudad dejaba que desear así como la actitud
de la gente por la higiene. El olor dominante de la ciudad era el de caballos y
meados. Había muertos de hambre en las esquinas clamando por unas migajas e
incluso algún cadáver siendo retirado por la guardia. Al parecer la distinción
de clases era dolorosamente real en la capital.
Las carretas de comerciantes pasaban con escoltas para
evitar los saqueos y se dirigían al mercado, situado en el círculo alto de la
ciudad.
Willyam se paró a conversar con un par de hombres de la
guardia conocidos (o eso diría por sus
gestos) y acto seguido me dirigió a la zona alta.
Era como estar en otra ciudad. Las calles estaban limpias,
la gente vestía ropajes caros y la guardia patrullaba en formación. Las
ventanas de las casas emitían una luz suave y el olor a comida y humo de las
cocinas indicaban que era la hora de comer.
La fortaleza o palacio del Rey era un complejo gigantesco
pero construido de la misma fría piedra que el resto de la ciudad. En sus
puertas había una persona esperándonos.
- ¡Hola, hermano! Parece que no me equivocaba al afirmar que
vendrías. - dijo Tanis sonriente
- ¡Tú! ¡Traidor! Ya podrías haberme avisado de que me ibas a
tender una trampa así. ¡Ven aquí! - dije fundiéndonos en un abrazo.
- Bueno, bueno, parece emocionante pero tendremos que dejar
el reencuentro para más tarde. El Rey espera. - dijo Willyam.
- ¿El Rey? ¿A mí? - dije anonadado
- Sí, sí, tienes razón Will. Ven, Travis. Vamos a cambiarte.
- dijo Tanis.
Tras un breve paseo por el palacio, mi hermano me dio ropa
nueva y me llevó a una habitación con una tina llena de humeante agua y jabón.
Ya no recordaba lo bien que sentaba un baño después de tanto tiempo recorriendo
mundo.
¿Por qué me estaría esperando a mí el Rey? Tal vez fuera
cosa de mi hermano o simplemente sobrevaloraba la seriedad del Rey y resultaba
ser alguien amable y agradable. Fuera como fuese era la hora de salir.
- Uy, que bien te sienta la ropa de la corte. Deberías darte
un paseo luego por el pueblo, seguro que levantas pasiones. - dijo Will con una
sonrisa malvada
- Cállate. Venga, vamos que me muero de nervios - dije
sonrojándome.
La sala del trono era majestuosa, como corresponde al símbolo
de poder de un rey, supongo. El trono era un bloque de roca tallada colocado
sobre una pequeña tarima a la que se ascendía por una escalinata cubierta por
una alfombra gris. Las cristaleras llenaban de luces juguetonas y colores la
sala. A cada lado del trono y ligeramente atrasados había un caballero
vistiendo armadura de cuero y cota de malla. El Rey se encontraba charlando con
uno de sus sirvientes cuando mi hermano Tanis nos anunció.
- Ejem, ejem. Majestad, su mensajero Willyam ha vuelto de su
misión satisfactoriamente. Le presento a mi hermano Travis. - dijo Tanis.
Fui consciente de golpe de mi falta de protocolo. Nunca me
habían enseñado el complejo mundo de las reverencias y modales de la corte, así
que procedí a arrodillarme cómo hacían los caballeros de los libros que leía.
- Levanta chico, levanta. No es necesario que te arrodilles.
Ven, acércate que te vea. - dijo el rey con una voz parecida a un trueno en
medio de una tormenta. Me pareció que aunque profunda, era una voz amable.
Me levanté dubitativo y me acerqué a él.
- Sí, creo que valdrás. Perdona las formas, pero me gusta
conocer a cada uno de mis mensajeros y por eso los designo yo mismo. Tu hermano
me ha hablado muy bien de ti. Asegura que tienes nociones de números y letras y
tienes buena memoria. Eres un buen jinete y ansías ver el mundo. Mmm.. deberás
aprender a desenvolverte con una espada sólo por precaución... pero creo que me
servirás bien. ¿Tú qué dices, chico?
- Majestad, creo que exagera. Yo no me creo merecedor de
tantos halagos. - dije mirando al suelo.
- Buena respuesta, me gusta la gente modesta. Tanis, ven
aquí.
- ¿Si, majestad? - dijo mi hermano.
- Llévatelo y cuéntale todo lo que tiene que saber. Enséñale
la fortaleza y dile a los criados que preparen un cuarto. Antes de ser
mensajero real tendré que conocerle un poco.
Sé que puede ser aburrida toda esta parte porque a nadie le
gusta el protocolo y demás curiosidades de la corte. Así que diré que estuve un
tiempo viviendo en la fortaleza, teniendo audiencias privadas con el Rey al que
llegué a tratar como a un padre. Mi hermano me instaba a participar en las
clases particulares del príncipe así que también aumenté mi conocimiento base y
el manejo de la espada. En mis ratos libres paseaba por el círculo alto de la
ciudad y aprendía sus costumbres y curiosidades.
Tras unos pocos meses llegó el día en que fui nombrado mensajero
real. Sentí tristeza porque Will no había estado presente, pues se encontraba
en medio de una misión muy lejos de allí. Pero debía saberlo de antemano pues
sí me dejó un regalo. Un precioso caballo Palfrey negro. Era majestuoso. Creo
que fue amor a primera vista, pues ambos nos miramos fijamente y él me lamió la
cara. Estaba celebrando mi nombramiento
con mi hermano cuando comenzó el trabajo.
- El Rey requiere de tus servicios. - dijo el capitán de un
pequeño grupo de guardias que habían entrado acelerados en la taberna.
- Travis, creo que te vas a estrenar antes de lo que creías.
- dijo mi hermano.
- Veamos qué me espera ahí fuera - dije. Terminé mi cerveza y salí de la taberna.
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