Era un dragón. Juraría que eso ha sido un dragón.
Se incorporó rápidamente del suelo donde, tumbado,
contemplaba el cielo completamente encapotado.
El corazón le latía a toda velocidad y su respiración estaba muy
acelerada.
Aún seguía mirando el cielo en la dirección por donde juraba
haber visto un dragón.
Echó a andar rápidamente tras su visión. Comenzó a tronar.
“Qué estúpido me siento. Menos mal que no hay nadie para
verme. ¿Un dragón? ¿En qué estoy pesando? Pero diablos, perseguir mis sueños es
lo que me mantiene vivo. Qué más da que luego sólo haya sido una alucinación
producto de mis ligeros trances despierto, otro recuerdo que no sé si ha sido
real o fruto de mi imaginación.”
Comenzó a llover. Un trueno. Un relámpago. Corre, corre. Un
temblor de tierra. El cielo cada vez más negro. Corre, sueña.
Llegó a lo más alto de un pequeño valle. La cortina de agua
era demasiado intensa. Una figura enorme se estremecía allá abajo.
Se sentía al borde de la histeria. “Es un sueño. Sólo un
sueño. Pero a mí me gusta soñar.”
Bajó a trompicones por la ladera y comenzó a llorar. Era
enorme. Parecía real. Lo tocó. Lo sintió. Un trueno. No hubo relámpago. Las
lágrimas no paraban de brotar mezclándose con la lluvia. Alas batiéndose en la
oscuridad. Oscuridad.
El sol le hizo despertar. Estaba en el valle empapado y
hundido en el fango. No había nada alrededor. Rompió a llorar.
Entre sus manos, un sueño muy real.