jueves, 26 de julio de 2012

Nonato

Era una mañana preciosa. Lo despertó la dulce calidez de los primeros rayos de sol entrando por la ventana. A su izquierda se encontraba su mujer. Una bella y tierna figura acariciada por unos largos cabellos morenos. El sol bañaba su cuerpo desnudo y él sonrió. Se sentía muy feliz.
De pronto, la puerta se abrió con un golpe y dos criaturitas que rondaban los 5 años entraron vociferando:
- ¡Mamá! ¡Papá! ¡Arriba! ¡Tenemos que ir al parque! - corearon a la vez la pequeña Ana y el pequeño Víctor.
- ¡Oh nooo! ¡Dejadme vivir! - contestó el padre mientras se escondía entre las sábanas.
La madre reía a carcajadas mientras los niños se lanzaban encima de la figura escondida de su padre en pos de obligarle a cumplir su promesa de llevarlos a jugar. Amanecieron felices. Jugando entre sábanas.

Ya está otra vez el sol. Al menos era mejor que el frío de la jodida noche. Había sobrevivido otra vez.
Se levantó en la soledad de su pequeño apartamento. Dormía sobre una improvisada cama formada por trozos de un viejo sofá. El apartamento no aparentaba mejor aspecto. Vivía solo desde los veinte años. Sus padres habían fallecido y su hermano se fue más tarde junto a ellos. Hacía tiempo que no tenía amigos y no recordaba la última vez que se había sentido amado. Era fuerte y eso le mantenía con vida.
Se levantó arrastrándose. Su cuerpo le decía quédate pero su mente siempre iba por delante. Su cuerpo ya estaba muerto pero su mente aguantaba con vida. El único cuadro que tenía se reía de él desde la pared.

Mientras la madre y Víctor preparaban el desayuno, el padre y Ana salieron a comprar churros. Era algo que siempre hacían los Domingos. Les encantaba desayunar churros con chocolate en invierno. El día avanzó y los cuatro salieron a pasear. Los pequeños, llenos de vida, no paraban de corretear de aquí para allá y mientras, los padres aprovechaban para charlar. Llevaban veinte años casados y aún mantenían esa chispa que los hacía especiales. Seguían encontrándose el uno en los ojos del otro, con cada beso, con cada caricia. Se amaban.

Cuando llegó a la nevera encontró lo que esperaba. Nada. Tan solo quedaba un puñado de cereales en una bolsa y un cartón de leche un poco pasado. Llevaba dos meses en paro y lo único que lo mantenía en pie era la pereza por suicidarse. Sabía que no tenía a nadie y nadie le tenía a él. Todos aquellos que conocía hacía mucho que se habían ido o le habían olvidado. Tenían mejores cosas que hacer, otras personas que atender. Salió a la calle. Al menos tenía los árboles.

Al volver a casa, su mujer se fue a supervisar como se bañaban sus hijos mientras él preparaba la comida. Hoy tocaría pisto (recuerdos de su sangre común) y a él le encantaba cocinar. Todos colaboraban en casa y los niños habían aprendido desde pequeño que hacerlo era esencial. Disfrutaban viendo algunas series de su infancia y siempre intentaban que sus hijos crecieran también con ellas. Hoy tocaba Dragon Ball.
Tras la comida, el padre miró con cara suplicante a su mujer.

- ¿Puedo jugar un ratito al PC? ¿Por favooooor?? - mientras hacía una caída de ojos.

Siempre había sido un tonto de remate y le encantaba parecer tan niño como sus propios hijos. A ella le encantaba.

- Va tonto, yo voy a leer un rato - le dijo con un beso en los labios.


Comió una hamburguesa. La más barata. Se tumbó bajo la sombra de los árboles y dejó pasar las horas. Añoraba cuando dormía en su regazo. Eso le hizo llorar.
Caminaba con sus cascos, la música era su única compañía. Ya no miraba al frente como antaño. No existía la seguridad, la confianza o el valor. Sólo miraba dónde pisaba esperando no tropezar. Todos los días hacía el mismo recorrido. Pasaba por el mismo parque, la misma plaza. Todos los días miraba la misma ventana y después volvía a casa. Tal vez hoy acabe con todo, decía. Tal vez hoy encuentre descanso.
Y entonces comenzaba a beber. Bebía y bebía tirado en su sofá con música clásica sonando por su viejo equipo de música. Y el alcohol le hacía llorar hasta dormirse.

Se fueron a dormir pronto todos. Al día siguiente tocaba trabajar e ir a la escuela.
Los hermanos tenían sus cuartos propios y los padres tenían un espacioso cuarto compartido con una ambientación japonesa. Tenían unas preciosas vistas al mar con un gran ventanal que él mismo instaló.
La noche y las olas arrullaron sus sueños.
La mañana los atrapó tardía pues el despertador se había adelantado. Mamá llevó a los niños al colegio, pues allí estaba también su trabajo.
Papá tuvo que coger un avión para asistir a una importante reunión. Volvería a la hora de comer.

La resaca esta vez era terrible y las lágrimas le habían irritado la piel. Se lavó la cara y miró la calle. Tenía un mal presentimiento que le hacía sentirse bien. Sonaba extraño.
Fue un despiste del conductor aunque él pudo haberlo evitado. Antes, cuando apreciaba su vida. Escuchó el frenazo y miró en su dirección pero no se movió. No aceleró el paso. Miró con tristeza al cielo y vino la oscuridad.

Fue un vuelo tranquilo pero algo empezaba a preocuparle. Todo se volvía borroso y parecía una película vieja. Pensó que sería una enfermedad así que se dirigió rápidamente a casa para guardar cama. Al entrar por la puerta encontró a su familia ya en la mesa.

- ¡Hola! ¿Cómo ha ido todo pequeñajos? - no entendía por qué escuchaba una música conocida en la lejanía.

- Hola. ¿Pequeñajos? ¿Quién eres? - dijeron los tres al unisono.

- ¿Cómo? ¿Estáis bromeando? ¡Soy papá! - la música se hacía cada vez más fuerte.

- Papá, tú no tienes hijos. Esta no es tu vida. Esto es sólo una lección que te dan todos tus errores acumulados.

- No entiendo nada. ¿Qué ocurre? - dijo sollozando y mirando a su amada.

-  Tienes que irte. - su mirada era fría. - aquí ya no puedes estar.


Abrió los ojos ahogándose por el dolor. Las lágrimas brotaban de sus ojos y el corazón le ardía. Estaba en un hospital. Todo era confuso. Era feliz, todo iba bien. ¿Qué habían querido decir? ¿Por qué estaba en un hospital? ¿Qué había pasado?

- Al fin ha despertado - dijo un doctor desde la puerta.

- ¿Qué ha pasado?

- Lleva en coma 10 años, amigo. Fue atropellado por un coche en medio de la Gran Vía. Sé que es difícil de asumir, pero al menos está vivo y recuperará pronto su movilidad.

- Todo... era mentira.

- No todo. - dijo una voz femenina desde el otro lado de la habitación.

- Ah - dijo el doctor - esta señorita fue testigo del accidente y ha velado por usted durante estos diez años. Asegura conocerle.

Él la miró. Sus ojos se encontraron. Su corazón se hizo pedazos. Y rompió a llorar.