martes, 18 de septiembre de 2012

Acero

Vinieron tiempos de cruentas batallas, tiempos de odio y de dolor. Llegó una gran guerra y un gran ejército me atacó. Se turnaron día tras día para vapulear mi corazón, mi cabeza y mis ideas. Golpearon y golpearon hasta que sucumbí. Arranqué mi corazón y me hundí en el pozo de mi alma y allí, entre las sombras más oscuras, encendí un fuego. Utilicé el acero de las armas de mis enemigos, utilicé una gran cantidad de los ríos de dolor que discurrían serpenteantes  por ahí abajo. Utilicé los escombros de mi valor destruido antes de ser terminado, utilicé las ideas que tenía encerradas en jaulas y por último usé la sangre de mis puños que al golpear aquella mezcla comenzó a fundirse con ella. La golpeé y golpeé como ellos me habían golpeado a mí. Pasé muchos años golpeando y llegó el día en que tenía una mezcla homogénea, oscura y firme que con el calor del fuego se había hecho moldeable. Enterré mi corazón inerte en aquella sustancia y el contacto con ese fuego lo abrasó y pegó la carne al metal. Recubrí hasta la última parte y no contento con eso, lo llené con la sustancia sobrante. Después templé mi obra en un estanque de lágrimas y la miré a la luz. Tenía en mis manos un corazón duro como el acero.  Llegó la hora de salir y volver al mundo. Coloqué mi creación en su sitio y comenzó a latir. Bombeó la sustancia por mis venas, por mi cuerpo. Y me cambió. Abrí los ojos y dejé de mirar al suelo lamentándome de dolor. Alcé la vista y miré al cielo, sonriendo de confianza y fortaleza. La tormenta se desató a mi alrededor y enmudeció los gritos de mis enemigos. Dejé de escuchar el mundo para escuchar el rugido de las nubes. Dejé de hablar al mundo para convertir esas palabras en energía. Dejé de sentir el mundo para hacerme sentir por ella.

domingo, 16 de septiembre de 2012

Halcón

Un día se fue de viaje dejando atrás aquella familia de fuertes lazos con la que no compartía sangre. Tenía su lugar pero las alas le picaban y necesitaba echar a volar. Después de todo era un polluelo inquieto y nunca había podido salir del nido. Se marchó de color parduzco, todo sucio y descuidado. Le pidieron que se quedara pero el pajarillo se marchó con el primer viento que vino del oeste. Se marchó hacia el mar. Le prometieron recordarle y esperarle a su regreso. Él prometió volver. Pasaron los años y el pequeño polluelo se convirtió en un intrépido halcón. Su plumaje era brillante y sus ojos transmitían confianza y sabiduría. Había visto muchas cosas. Su piel estaba llena de cicatrices y su corazón estaba ausente desde el día en que se marchó. Había matado y había visto morir. La vida le pesaba y sólo deseaba volver. Era su único sustento.

El viaje de vuelta no fue fácil. Todas las aves que encontraban hablaban de lo mismo.  Aquella agradable familia ya no le recordaba. Un cuervo que siempre les había aconsejado aprovechó aquel viaje para convencerles de que estaba muerto y todos le creyeron.
El halcón, con su penetrante mirada, sobrevoló aquel hogar nostálgico y pudo ver al cuervo compartiendo los pequeños frutos de su cena con todos ellos. Se refugió entre los árboles y lloró toda la noche maldiciendo a la luna llena que le dificultaba la visión.
Por la mañana, mientras se planteaba huir, le salió al encuentro una pequeña y preciosa lechuza blanca. Ella se quedó petrificada, pues le daba por muerto y ambos se fundieron en un abrazo. Volaron juntos todo el día y cazaron por la noche. Pero llegó la hora de la cena y la lechuza se marchó con el cuervo.  El halcón se quedó de nuevo solo y vio todos los abrazos que habían sido suyos en el cuerpo de aquel ave negra. Tan solo había visto a la lechuza, con la que tenía el lazo más fuerte, pero hubiera dado gran parte de sus plumas por poder haber visto también al resto de la familia. No podía seguir soñando. Él ya no existía para ellos y la lechuza no era como recordaba. Voló cinco días y cinco noches sin mirar atrás y en la mañana del sexto día fue apresado por un hombre cazador. Lo obligaron a hacer cosas terribles, lo obligaron a matar por placer y a ver horrores que nunca hubiera podido imaginar. Le obligaron a ver a su antigua familia atacada una y otra vez sin posibilidad de ir en su ayuda como era su deseo. El cuervo no podía defenderles. Sólo es un ave carroñera. Despertó el odio, hubiera dado su vida por despedazar al cuervo, pero un nudo en la garganta que no comprendía se lo impedía.
Su deseo de proteger se apagó. Su corazón se paró. Sus ojos se secaron. El tiempo se detuvo. Hasta el odio se marchó. Escuchó un chasquido en su cabeza. Acababa de pasar la línea del dolor, el límite de todo ser vivo. De pronto todos los horrores del mundo eran simples imágenes frente a él. No sentía miedo, tristeza, dolor, alegría o compasión.  Ver a su familia abrazando al cuervo negro no le producía ni un leve cambio de expresión en sus afilados ojos.
El humano que le capturó notó todo esto y en la noche recogió al cuervo que había soltado años atrás. Lo devolvió a su jaula y el cuervo disfrutó de su recompensa. La familia quedó destrozada por todas las promesas que el cuervo rompió y quedaron indefensos ante el mundo. La lechuza recordó al joven halcón, pero ya era tarde. El humano soltó esa misma noche al pequeño halcón pues ya había cumplido su cometido.
Había creado un monstruo y quería devolverlo al mundo para disfrutar de la función.

viernes, 14 de septiembre de 2012

Habitación vacía

Estaba todo oscuro. Podía oír su voz pero no podía ver nada.  Hablaba con alguien. Un hombre. Me sentía confuso y desorientado. Risas. No me atrevía a alzar la voz, pues hablaban de mi.

Primero habló ella largo y tendido.  Me embargaron intensas emociones. Sentí  tristeza, amor, alegría,  vergüenza y arrepentimiento. Las lágrimas recorrían mis mejillas. Había empezado a llorar sin darme cuenta.
Continuaba expectante, no sabía si sentado o en pie, si despierto o soñando. Pero seguía escuchando esa conversación.
Más tarde habló él. Fue claro y preciso. Sentí odio, dolor y frustración. Se despertó el instinto de supervivencia y las ganas de matar. Sentí la sangre goteando de las palmas de mis manos.
Fuera el viento era fuerte y gemía con fuerza.
Entonces empezaron a hablar los dos. Empezaron susurrando para pasar a voz fuerte y más tarde pequeños murmullos. No estaba todo oscuro. Notaba el calor de las bombillas. Cansado de tanta incertidumbre, abrí mis ojos que hasta ahora habían estado cerrados ajenos a mí mismo. Estaba solo en una habitación. Completamente solo.
Fuera el cielo estaba llorando.

domingo, 9 de septiembre de 2012

Cosas

Subiendo las escaleras me encontré con tu recuerdo que salía por la puerta para ir a pasear.

-¿Dónde vas? Quédate conmigo - le dije.
- No tardaré, sólo salgo un momento. - me respondió.
 Siempre confiado, le creí y me engañó. Se marchó pero se dejó todas sus cosas en mi habitación.
Malditos sean los recuerdos -me dije -siempre juegan conmigo y se dejan todas sus cosas en mis sueños.
Y así es como noche a noche me intimida con sus ojos, me hace temblar con sus labios y me derrite con sus manos.  Tal vez no vuelva nunca, pero yo no puedo entrar en la habitación que construyó con sus "te quiero" y sacar todas sus cosas porque nací como departamento de objetos perdidos y me obligan a esperar a que su dueño los reclame.
Aún tengo sus manos aferradas a mi corazón.

jueves, 6 de septiembre de 2012

Faro

Si estuviera envuelto por su aliento desaparecería el desasosiego que habita en mi alma desde que la dejé marchar. Añoraré las frías noches en las que nos dormimos abrazados porque las pesadillas la acechaban desde todos los rincones de su mente. Añoraré protegerla en mis sueños, mirar al miedo a los ojos y gritarle que mientras yo viviera nunca la podría tocar.

Me arranqué la vida para darle la forma de su pelo, indómito y salvaje, y saqué ese color negro tan característico de mi alma para teñirle vetas moradas que me dieran un impulso.
Soñé que moría y era ella la que me salvaba. Soñé que el mar acercaba la Luna a su superficie para que ella pudiera sonreír.
 Y sueño cada día, en la soledad de mi faro mientras contemplo la oscuridad del inmenso mar, que no eligió nadar en las frías aguas de aquel río de montaña y que se quedó a vivir conmigo en la isla que los dos construimos, la isla bañada por las aguas de mi oscuro mar.