No era precisamente llamativa a primera vista. Era una chica
tímida, de estatura media y pelo castaño claro. Vestía de forma vulgar, pues no
buscaba sobresalir entre las demás. Un observador normal, un cualquiera, no
habría reparado en ella y su mirada hubiera pasado de largo en busca de algún
tipo de mujer despampanante.
Su mirada, además, se habría perdido los ojos de la chica.
Una mirada cautivadora y cargada de melancolía.
Unas pequeñas marquitas adornaban sus mejillas. Pecas casi
invisibles a primera vista, pero que le otorgaban un aire aniñado y le daban
una belleza sutil.
Tenía un cuerpo proporcionado. Unas piernas torneadas
enlazaban con unas caderas sinuosas cuyas curvas llegaban hasta sus brazos.
Pero no se sentía guapa. No se sentía querida. Y todo ello lo ocultaba. A
veces, hasta las personas más bellas nos pueden pasar desapercibidas si no confían
en sí mismas. Si irradian inseguridad. Las personas huimos de la inseguridad
ajena. Tenemos bastante con la propia.
Todo esto iba acompañado de complejos e inadaptación social.
No acostumbraba a hacer amigos y era tildada de rara y marginada.
Gastaba su tiempo libre en escribir, dibujar y leer. En alimentar
lo único que era suyo. Su mente. Dejaba volar su imaginación durante horas, imaginándose
en un mundo distinto donde todo fuera, no más fácil, pero si distinto.
Vivía cerca del mar, y como todo el que lo haya visto, se
dejaba cautivar por su inmensidad. Por el sonido del oleaje. Por el aroma de la
brisa. Su vivificante sensación sobre la piel.
Paseaba con frecuencia a lo largo de la orilla del mar y se
sentaba a observar las mareas. Y allí, esperaba.
Un día, apareció en el horizonte una figura paseando en su
dirección. Era un chico más alto que ella. Tenía el pelo negro con unos
curiosos reflejos blanquecinos. A simple vista, parecía joven, probablemente de
la misma edad que ella. A pesar del frío que hacía, el chico paseaba descalzo
sobre la arena mojada y con unos pantalones cortos. Parecía contento, pues
esbozaba una agradable y cálida sonrisa mientras miraba el mar. Jugueteaba con
algo entre las manos, que lanzaba hacia arriba y recogía con fluidez.
Algo en ella se encendió. Le pareció de lo más extraño. Era
un chico no demasiado guapo, pero tenía algo en la mirada...
Sus miradas se cruzaron. La sonrisa distraída del chico se
ensanchó, convirtiéndose en un torrente de sincera paz, alegría y
confianza.
Se aproximó hacia ella y habló:
- Disculpa, ¿podrías decirme que día y hora es?
Ella se quedó atónita. Durante unos segundos, que le
parecieron una eternidad, se sintió estúpida y se ruborizó rápidamente. Seguía mirándole
fijamente a los ojos, con la boca entreabierta, pensando una respuesta.
El chico no parecía percatarse de lo turbada que se sentía
ella, pues continuaba mirándola con esa sonrisa tan extraña. Sus ojos eran
oscuros, negros, pero no fríos. Sintió como leía dentro de ella, como si fuera
un libro abierto. Sintió como desentrañaba todos sus misterios.
- Es.. es.. Perdón. Es 21 de Marzo. Hoy es el equinoccio de
primavera y son las 15:30. - contestó
recuperando la compostura. -
Algo brilló en los ojos del chico.
- Interesante, ¿conoces los equinoccios? Creo que ha pasado
mucho tiempo desde la última vez. - suspiró
Desvió la mirada hacia el mar. Luego la elevó hacia el cielo
y miró con atención lo que tenía entre las manos. Era una piedra negra, lisa y de aspecto
frágil. Tenía una forma muy regular, como una pequeña estrella con las puntas
redondeadas.
La miró a los ojos y le tendió la mano.
-Toma esto. Creo que deberías tenerlo tú más que nadie.
Llevo mucho tiempo recorriendo esta playa y nunca había encontrado nadie como
tú. Guárdala como un tesoro y te prometo que volveremos a encontrarnos. La
próxima vez, te llevaré conmigo. Espera un poco más. No dejes de visitar este
lugar.
Le dio la piedra sin dejar de sonreír. Sus manos se tocaron.
Ella sintió una especie de corriente recorriéndole todo el cuerpo. El tiempo
parecía haberse parado a su alrededor y de pronto fue consciente de que
continuaba en la playa. Su corazón comenzó a latir con mucha fuerza y sintió el
aire arremolinarse a su alrededor. Cuando quiso darse cuenta, sus ojos se
estaban cerrando y caía en un profundo sueño.
Se despertó al atardecer. No había nadie alrededor, por supuesto.
Se había quedado dormida al fin y al cabo. ¿Todo había sido un sueño? No era
tan extraño, a veces, se abstraía tanto de la realidad que sus sueños parecían
muy reales. Comenzó a llorar. Había sentido la magia de la felicidad durante
unos instantes. Había sentido amor, paz, alegría. Ese chico le había prometido
llevarla con él, y ella deseaba por encima de todo huir de su mundo. Lloró de
tristeza por tener un sueño tan cruel.
Estuvo así durante una hora, lamentándose sin parar. Era
tarde, por lo que tenía que volver a casa. Cuando fue a incorporarse, apoyándose
sobre la arena, tocó algo duro y frio que sobresalía. Era una piedra con forma
de estrella.