lunes, 30 de enero de 2012

Cerca del corazón

Si hay algo que muchos hombres compartimos (sí, me incluyo) es la necesidad innata de sentirnos unos niños en los brazos de una mujer. Dejando de lado el tema sexual, no somos pocos los que buscamos sentir el afecto, el cariño y el calor de aquella a quien amamos con pasión. Lo típico, la escena de película, es la mujer arropada en los brazos del hombre, imagen de la fortaleza y masculinidad. Por otro lado, tenemos la imagen de fragilidad e inocencia de la mujer, que necesita sentirse protegida. A todos podría decirse que nos gusta eso. El tener entre nuestros brazos a la persona que queremos y tener la certeza de que podemos protegerla de todo mal. Pero no es lo único que nos gusta. A veces, cuando estamos tristes, cariñosos, o simplemente sedientos de amor, ansiamos recostarnos sobre el cuerpo de nuestra amada, apoyar la cabeza en su pecho y escuchar su corazón. Permanecer abrazados, como una madre abraza a un hijo, y sentir verdadera paz. Científicos aseguran que el ser humano siempre añora el cariño de una madre y de alguna forma ve en su mujer algo de ese afecto, de esa maternidad.
En los momentos en que te sientes débil, tu alma gemela está ahí para cuidarte, para escucharte y para protegerte, aunque muchos no lo admitan.
Cuando estás enamorado de verdad, recostar la cabeza sobre su pecho te llena de paz. De seguridad. De tranquilidad. Te devuelve a cuando los problemas no eran más que cosas de adultos. Y entonces podemos dormir de verdad.

jueves, 19 de enero de 2012

Creación de página

He creado una página aposta para ir publicando ahi la historia y no saturar lo que es el blog con ella :P La pestaña está arriba. Se llama Es mi nombre - Historia.

martes, 3 de enero de 2012

Prólogo - Es mi nombre.

Prólogo.

Caía la noche y aún era largo el camino.
No era difícil fijarse en él. Solo. Callado. Caminaba cabizbajo. Vestía una fina camisa negra de lino acordelada, pantalones, también negros, remetidos sobre unas finas botas de piel negra. Todo ello cubierto por una capa con capucha, que le ocultaba el rostro.
El camino no estaba muy transitado: algún que otro viajero, un pequeño carromato adelantado a los demás, llenando el ambiente de los rebuznos del burro que tiraba de él... y nuestro protagonista. Era un camino Real después de todo, pero eso no quitaba que hubiera algún que otro bache o tronco caído. Y por supuesto, fuera del camino Real el peligro acechaba como en cualquier otra parte.
Alguien muy observador, podría haberse fijado en la vaina que colgaba a un lado de su cintura, oculta entre los pliegues de la capa. Alguien muy observador, podría haber visto que no era un arma corriente, pues parecía forjada de un metal negro.
 Alguien muy observador, podría haberse dado cuenta de que se movía tranquilo, sereno, con unos pasos estudiados y ligeros. Impropios de un hombre normal.

El sendero no tardaría en adentrarse en un oscuro bosque de robles, así que tendría que hacer un alto en el camino. Ya sabía lo que podría encontrar en ese bosque en la oscuridad de la noche y, además,  sólo un loco se adentraría en un bosque tan viejo como aquel sin luces de ningún tipo.
Era una noche especial, por lo que decidió acampar junto al resto de viajeros que se habían reunido junto a un pequeño fuego de campamento aunando fuerzas para tener una buena cena.
Fue una cena agradable y amena: cerveza, pequeñas hogazas de pan con mantequilla, dos pequeños conejos y algo de queso hicieron su papel. El alcohol hizo que se diera paso a una agradable conversación y, más tarde, a la narración de historias fantásticas (todo el mundo sabe que los viajeros gozan de contar sus aventuras).
Nuestro protagonista se mantenía en silencio, expectante. Había demasiado ruido para su gusto. Los caminos nunca eran del todo seguros, pero hoy se hacía una excepción. No era una noche cualquiera. Se entretuvo escuchando los relatos de los demás.
Desde pequeñas baladronadas de duelos y aventuras fantásticas, hasta grandes historias conocidas por todos, como las de Larïel y Mertel, fueron transcurriendo una tras otra, entre gestos de aprobación e interés. Tampoco faltaron las leyendas y mitos acerca del gran "Asesino Blanco", de las que contaban enormes proezas de un tipo que vivió hace cientos de años y que logró destacar en todas las artes. Aunque variaban mucho de un lugar a otro, todas coincidían en lo mismo: su nombre se debía al color de su cabellos.
Llegado el momento, todos se giraron hacia el hombre de negro. Era su turno y todos esperaban alguna reacción, pues no había mediado palabra en toda la cena.
"Tienes pinta de haber recorrido mundo, cuéntanos algo" - dijeron e insistieron.
Con una sonrisa sardónica, se retiró la capucha de la cabeza. Todos quedaron asombrados al verlo. Tenía los cabellos cortos y desgreñados, blancos como la leche. Ojos negros como la noche que les rodeaba y un rostro cargado de arrugas y cansancio. No era viejo, no había visto todavía treinta inviernos, pero su cara reflejaba una vida llena de peligro, dolor y aventuras. Sus ojos, decían saber mucho más de lo que correspondía a alguien de su edad.
Todos se quedaron literalmente boquiabiertos.

Miró uno por uno a los viajeros y luego comenzó a hablar:
- Me alegra que me preguntéis. No acostumbro a hablar y mucho menos a contar historias. Pero esta es una noche especial. Haré una excepción. Alimentad el fuego, porque la historia que vais a escuchar es larga, y es una que no habréis oído jamás.
- dijo, con una voz rasposa, fría, aunque animada.

El corro no tardó en echar leña al fuego y arrimarse más a él, con súbito interés. Uno de ellos sacó un rollo de pergamino y pluma, al parecer, viendo en esa inquietante historia la oportunidad de una nueva canción con la que seguir ganándose la vida como bardo. Si de verdad ese hombre era quién parecía...

- Comenzaré con las presentaciones. Mi nombre es Niráed, que en el antiguo y olvidado letán significa  "El que ve más allá". No siempre me llamé así, nací con otro nombre y me he llamado de muchas formas a lo largo de mi vida, pero hoy, y por siempre, soy Niráed. Mi historia se remonta a hace cien años, cuando este bosque se extendía hasta la Marca y todavía vivía la estirpe del rey Amüriel. Por mi aspecto podéis asegurar que no trabajo en el campo, pero tampoco lo hago al servicio de ningún rey. Pertenezco a una antigua nobleza y a una vieja orden que posiblemente ninguno de vosotros recuerde ya.  Esta es mi historia. -dijo mientras se acomodaba, comenzando lo que sería una larga historia por la que bien valdría la pena pasar la noche en vela....