Hubo
una vez en que sentí el mar en la brisa que me acariciaba. Sentí su sabor
salado, las lágrimas que arrastraba, los innumerables sentimientos que habían
derramado sobre él. Sentí su desbordante impotencia. El mar, que todo lo
abarca, se sentía solo. Sentí su soledad. Me bañé en ella.
Hubo
una vez en que llegué a orillas del mar. Sentí sus caricias en las plantas de
mis pies, su abrazo en la fuerza de sus olas y la risa en la espuma de sus
crestas. Y aún con todo eso, supe que
lloraba. El mar, que tantas lágrimas recoge, estaba llorando. Sentí su
tristeza. Pero esta vez, estaba con él.
- ¿Por
qué lloras? -pregunté a su agitada
superficie.
-
Porque, aunque te veo una vez más, en verdad no puedo tocarte. - susurró
Sumergido,
volví a preguntar.
-¿Por
qué lloras?
-
Porque, aunque te puedo tocar, en verdad no te puedo amar.
- ¿Y
por qué no me puedes amar?
-
Porque desde siempre todos han vertido sus lágrimas en mis aguas. Sólo conozco
la tristeza de la distancia, la nostalgia del recuerdo y el dolor del corazón
herido. Nunca nadie me dio su amor.
- No
llores entonces, querido mar, porque aunque no lo creas, yo te amo desde que
sentí tu soledad. Y si amor necesitas, te daré todo y más.
Y así, durante
toda una vida, hubo una vez en que el mar aprendió a amar.
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