Esa era
su montaña. Sabía que en ella estaba todo lo que siempre había querido. En ella
estaba su hogar, su lugar, su sitio junto al fuego.
Había
un problema. Un gran problema. Todo aquello estaba en la cima. Una cima muy
alta rodeada de unas inmensas y escarpadas paredes verticales.
Cuando
estaba arriba el mundo parecía suyo. Su vista todo lo alcanzaba y pensó que
quizás debería no solo ver, sino también tocar y sentir.
Bajó de la montaña con sumo cuidado pero una
caída estrepitosa le esperaba al final. Tan mal parado salió de la misma que sus
brazos quedaron destrozados.
Pensando sólo en su objetivo inicial, buscó
ayuda y guardó reposó durante años.
Su
corazón siempre suspiraba por el pasado pero en el fondo sabía que debía
abandonar toda esperanza. Aunque curados, sus brazos habían perdido gran parte
de su fuerza. Sabía que nunca podría escalar una montaña tan alta pero no
quería aceptarlo.
Día tras
día intentaba escalar la ladera pero al poco tiempo se veía obligado a
rendirse.
Se
convirtió en su obsesión. Muchos le invitaron a sus casas, muchos le
recomendaron comenzar una nueva vida pero él, desoyéndolos a todos, instaló su
nuevo hogar al pie de la montaña. Allí
pasó el resto de su vida, intentándolo. Llorando cada día por todo lo que dejó
atrás. Pensando si aún le recordaría. Pensando si en aquella cima todavía
estaría el fuego que una vez le quemó.
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