Caminó largos años por un sendero complicado. Vivió días y
noches y algunos otros murió. Por aquel entonces, no conocía el significado de
que el tiempo pasase en completa inactividad.
Un día, vio pasar un ave enfrente suya. Se encontraba en la
playa, caminando por la arena y así, como él, se mantuvo quieta durante horas y
allí acudieron durante días.
Ambos tenían muchas cosas que hacer, amigos esperándolos,
pero sentían que el mundo les pesaba y preferían esconderse en esa playa.
Conocían de antemano que no hubiera habido nada malo en
hacer esas otras cosas, que cada vez que las hicieron se sintieron llenos y
queridos. Pero el mundo les pesaba y contemplaban el mar, el uno junto al
otro, mientras sin ellos el mundo seguía
girando.
Y giró y giró, y un día, sintieron que la vida se les
escapaba. Y el mar se enfureció con ellos y con grandes olas los intentó
expulsar de la playa. Tras la tormenta, ave y humano se miraron y se vieron el
uno en el otro. Ambos tenían una familia (de sangre o de alma) y seguían
esperándolos. Entonces vieron que el mundo les pesaba por arrepentimiento y
tomaron la determinación de no arrepentirse más.
El ave echó a volar mirando una última vez atrás. Se topó
con una bandada y voló sobre el mar. A formar parte del giro del mundo.
Él miró una hora más el mar. Allí sus lágrimas parecían
pequeñas, pero no podían haber más.
Se giró y le dio la espalda a las olas, que rugieron de
alegría. Allí encontró a quienes le estaban esperando, que venían a llevárselo. Ya nunca buscaría
excusas cuando una voz le dijera en su cabeza: Si no lo haces, te arrepentirás. Ya nadie lo podría parar. Y así comenzó a girar.
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