jueves, 9 de mayo de 2013

Hojas


Giraba y se deslizaba por el viento. Pequeña, reseca y frágil. Poco a poco se alejó de su vista. Una y otra y otra. El Otoño se llevaba la vida lejos, muy lejos y él miraba hastiado al cielo que estaba a punto de derramar sus primeras gotas.
La hierba olía a humedad, a tierra mojada. Ya sabéis como huele la tierra mojada. Ese olor que atraviesa todos los sentidos produciendo una sinestesia desbocada. A él le incitaba a llorar y, aunque de sus ojos no paraban de brotar lágrimas, no se daba cuenta. Seguía mirando las hojas de los árboles volar.
En la atmósfera se notaba una electrizante actividad. Los pájaros corrían a esconderse. Las ardillas se metían en sus pequeños refugios. Las nubes comenzaban a tronar.
Alzó su mano. Intentó coger las nubes.  Miró a través de sus dedos. Ya no caían lágrimas por su cara pero en cambio el cielo había empezado su sollozo.
La temperatura no era demasiado fría y aguantaba el aguacero estoicamente. Su mente estaba más allá. Lejos, muy lejos. Allí donde el Otoño se llevaba el verdor de las hojas.

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