Me arañan la piel las plumas de la almohada,
me hacen sangrar las caricias de la seda de sus dedos.
Me despiertan cada día los brazos del sol arrancándome las
alas,
y la caídas duelen como las goteras en el invierno de sus
labios.
Las calles son ruido y caos, niebla y dudas.
La música que siempre me habla hoy está callada.
Son esos sueños los que me pintan las sonrisas
del dibujo de los pájaros cuando vuelan.
El vaso se rompió y dejó salirse toda una vida,
las migajas ahora las picotean las avecillas
que entre ruido se ríen de las personas que no pueden volar.
Y las espanto echandome a soñar y me descojono de su miedo.
Porque ellas en realidad no pueden volar.
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