El viaje de vuelta no fue fácil. Todas las aves que
encontraban hablaban de lo mismo. Aquella agradable familia ya no le recordaba.
Un cuervo que siempre les había aconsejado aprovechó aquel viaje para convencerles
de que estaba muerto y todos le creyeron.
El halcón, con su penetrante mirada, sobrevoló aquel hogar
nostálgico y pudo ver al cuervo compartiendo los pequeños frutos de su cena con
todos ellos. Se refugió entre los árboles y lloró toda la noche maldiciendo a
la luna llena que le dificultaba la visión.
Por la mañana, mientras se planteaba huir, le salió al
encuentro una pequeña y preciosa lechuza blanca. Ella se quedó petrificada,
pues le daba por muerto y ambos se fundieron en un abrazo. Volaron juntos todo
el día y cazaron por la noche. Pero llegó la hora de la cena y la lechuza se
marchó con el cuervo. El halcón se quedó
de nuevo solo y vio todos los abrazos que habían sido suyos en el cuerpo de
aquel ave negra. Tan solo había visto a la lechuza, con la que tenía el lazo
más fuerte, pero hubiera dado gran parte de sus plumas por poder haber visto
también al resto de la familia. No podía seguir soñando. Él ya no existía para
ellos y la lechuza no era como recordaba. Voló cinco días y cinco noches sin
mirar atrás y en la mañana del sexto día fue apresado por un hombre cazador. Lo
obligaron a hacer cosas terribles, lo obligaron a matar por placer y a ver
horrores que nunca hubiera podido imaginar. Le obligaron a ver a su antigua
familia atacada una y otra vez sin posibilidad de ir en su ayuda como era su
deseo. El cuervo no podía defenderles. Sólo es un ave carroñera. Despertó el
odio, hubiera dado su vida por despedazar al cuervo, pero un nudo en la
garganta que no comprendía se lo impedía.
Su deseo de proteger se apagó. Su corazón se paró. Sus ojos
se secaron. El tiempo se detuvo. Hasta el odio se marchó. Escuchó un chasquido
en su cabeza. Acababa de pasar la línea del dolor, el límite de todo ser vivo.
De pronto todos los horrores del mundo eran simples imágenes frente a él. No
sentía miedo, tristeza, dolor, alegría o compasión. Ver a su familia abrazando al cuervo negro no
le producía ni un leve cambio de expresión en sus afilados ojos.
El humano que le capturó notó todo esto y en la noche
recogió al cuervo que había soltado años atrás. Lo devolvió a su jaula y el
cuervo disfrutó de su recompensa. La familia quedó destrozada por todas las
promesas que el cuervo rompió y quedaron indefensos ante el mundo. La lechuza
recordó al joven halcón, pero ya era tarde. El humano soltó esa misma noche al
pequeño halcón pues ya había cumplido su cometido.
Había creado un monstruo y quería devolverlo al mundo para
disfrutar de la función.
No hay comentarios:
Publicar un comentario