Me he emocionado escribiendolo xDD Espero que os guste!
"Erase una vez, dos semillas de árboles distintos. Se vieron
por primera vez en un suelo verde y fértil, bajo la sombra de pequeños arbustos
y árboles más grandes y amenazadores. No era tiempo para germinar, así que, en
su larga espera, se quisieron conocer.
- ¡Hola, semillita! ¿Quién eres en realidad?
- ¡Hola, pequeña! Ahora soy una pequeña semilla, pero algún
día seré un gran roble. Seré fuerte y alto. Nadie me hará sombra y los pájaros
habitarán entre mis ramas. Mis hojas sentirán la fuerza del viento y le
plantarán cara. Mis raíces beberán el agua de la lluvia y me deleitaré con su
pureza. ¿Quién eres tú?
- Encantada de conocerte, futuro roble. Yo soy un árbol
chino, único en el mundo. No te diré mi nombre, pues aún no lo conozco. Solo
los pájaros me lo susurrarán llegado el momento. Pero algo me dice que seré un árbol bonito,
delicado y con hojas preciosas. Seré a la vez resistente, como cuarenta escudos
de acero en una batalla con armas de piedra. Mientras tanto, llámame Yin Xing ¡Espero que nos llevemos bien!
Fue así como ambas semillas esperaron, charlaron, intimaron
y sintieron las primeras lluvias. Sobrevivieron a los pequeños pajarillos que
pasaban cerca en busca de comida, sin verles. Sobrevivieron a las diminutas
hormigas, que salían en busca de comida todos los días. Y pasaron los días, las
semanas, y llegó Febrero. Los grandes mamíferos estaban inquietos, y paseaban
por aquí y por allá. Un aciago día, a mitad de una conversación, un pequeño
leopardo pasó por encima de ellas arrastrando consigo la pequeña semilla de
roble y apartándola de su lado. Poco después, ambas semillas quedaron
semienterradas.
- ¿Yin? ¿Estás ahí? No puedo ver nada. ¿Qué ha pasado? Yin,
contesta... Por favor...
Se hizo la noche y la semilla lloró desconsolada. Había
perdido a su única amiga y no sabía dónde se encontraba. Y el tiempo apremiaba.
Comenzó la carrera por la conquista de la luz del Sol.
Fueron pasando, al principio los días, luego las semanas, los meses... Y
finalmente años. Nuestro pequeña semilla de roble pasó a ser un arbolejo
solitario y tristón, pero que todavía no había alcanzado la madurez. No
alcanzaba a ver por encima de los arbustos a su alrededor, de los pequeños
arbolitos. Siguió gritando todos los días, sin obtener respuesta, puesto que
los otros árboles, ahora a su nivel, atenuaban todas sus palabras con sus
propias voces.
Creció y creció, recordando su sueño. Tenía que superar a
todos los demás. Tenía que ser el más fuerte y el más grande. Intentó hacer más
amigos, pero el resto de árboles eran de especies mezquinas y malvadas que tan
solo querían hacerle daño, por lo que siguió creciendo en soledad.
Pasaron cien años y un buen día, el roble comenzó a extender
su follaje a lo ancho, captando más y más luz y cubriendo la copa de otros
árboles. Era el más alto, el más fuerte, pero no tenía a quien proteger. Su
dolor le obligaba a crecer más y más, era su única forma de combatir la melancolía
que le atenazaba.
Un leve susurro del viento. Una caricia en sus hojas. Su
tronco entero, ancho y robusto como un vehículo humano, se estremeció por
completo. Entonces la vio, justo debajo de él.
Sus hojas, mezcladas con las suyas propias, entrelazaron sus ramas. Y se
reconocieron mutuamente entre lágrimas.
- ¡Yin! ¡Yin! ¡Eres tú! Por la Madre Gaia, ¡eres hermosa!
Que hojas tan maravillosas, que espléndida te ves. Te he estado buscando todo
este tiempo, desde aquel día en que nos separamos.
- ¡Roble! ¡Mi Roble! Qué sola y desprotegida me he sentido.
Este bosque está plagado de árboles crueles y me ha costado mucho llegar hasta
aquí. Mis hojas se resentían con el frío y con los otoños. La ardiente luz del
sol tampoco me hizo del todo bien. Te he estado esperando siempre, preguntándome
qué pasó.
El roble paró de crecer. Cubría una amplia área con su
tronco y, su ramaje, había acabado con muchos árboles a su paso pero ahora, no
era necesario seguir. Al fin se encontraba con su querida amiga de la infancia.
Aunque creía que ya no serían más amigos.
Ella se rebujó sobre sus ramas, enlazaron sus destinos y se
protegieron el uno al otro. Sus ramas bullían de vida animal, que encantados
compartían su amistad. Y así pasaron muchos años de inmensa felicidad. Juntos,
el uno al otro.
Pero nada es para siempre.
Un buen día, el viento trajo consigo un olor muy extraño. Un
olor que atemoriza toda forma de vida. El olor del fuego. El olor del hombre.
Llevaba tiempo sin llover y un pequeño fuego de campamento
se había convertido en un considerable incendio. Los animales gritaban a viva
voz, todo era un descontrol y todos huían en la misma dirección.
- Maldita sea, esto no pinta nada bien. Viene por mi lado,
tienes que separar tus ramas de mi. Por favor, hazme caso.
- ¿Qué dices? No digas tonterías por favor. No quiero verte
morir delante mio. Si tu ardes, déjame arder contigo.
- ¡No seas necia! - dijo el Roble mientras apartaba sus
largas ramas de Yin.
Y llegó el fuego. Valientes hombres rociaban agua por tierra
y aire, con escaso resultado. De pronto, el aire se volvió insoportablemente
caliente. Todo eran gritos, caos. Y fuego.
El gran Roble comenzó a arder. Él, que era previsor, todavía
estaba verde y fresco, pero el fuego era insistente, y devoraba poco a poco su
inmenso cuerpo.
Yin solo veía negrura en la dirección del Roble. Restos de
árboles calcinados, cenizas, humo... Estaba desesperada.
Pero de pronto, algo cambió. El aire ya no estaba tan
caliente. Ni tan seco. La Madre había escuchado a sus hijos.
De improviso, como convocada por el mismo cielo, rugió una
terrible tormenta. Y llovió, llovió sin fin. Y el fuego se apagó. Pero era
demasiado tarde para el roble.
- ¿Por qué lo hiciste? Yo no merecía vivir más que tú.
Perdóname por favor, todos estos años estuviste protegiéndome y no he podido
hacer nada por ti.
Yin lloró. Lloró cálida sabia que recorrió su tronco y lo
empapó de dolor. Su conciencia se hundió en lo más profundo de su tronco, cerca
de las raíces, pegada al suelo. Con el tiempo, y sin conciencia infundiéndoles
vida, sus ramas comenzaron a marchitarse, tristes, grises y marrones.
Y entonces, un día, escuchó una diminuta voz. Una diminuta
voz que jamás podría haber escuchado de haber vivido entre las ramas.
- ¡Yin! ¡Yin! ¡Soy yo!
¡Tu gran roble! Solo que... he vuelto a ser una semilla diminuta.
Perdóname, aunque ahora estoy más cerca tuya, no podré protegerte...
Y Yin le escuchó. Y dejó de llorar. Su vitalidad cubrió todo
su cuerpo devolviendo el aliento a sus ramas y hojas. Y entonces, un pequeño
pájaro carpintero se le acercó. Y solo pronunció dos palabras en un tenue
susurro. Dos palabras que marcaron muy hondo a Yin. En seguida supo que esas
dos palabras eran su nombre.
- Roble, mi Roble. Jamás olvidaré lo que has hecho por mí.
Me protegiste de la muerte, me has dado más vida de la que nadie me haya podido
dar jamás. Esta vez, yo te protegeré a ti. Y te esperaré, te esperaré más
tiempo del que nadie ha esperado jamás. Y esta vez te diré mi nombre.
Y así fue, pues la especie de Yin no estaba preparada para
vivir tantos siglos. Pero los vivió. Y el Roble volvió a ser grande y fuerte,
pero esta vez no le hizo falta crecer demasiado. Sus troncos se fundieron en
uno solo, se entrelazaron, y sus ramas eran a la vez Roble a la vez Yin,
creciendo como un solo árbol. Y Yin le dijo su verdadero nombre al Roble. Y él
se maravilló. Y allí estuvieron juntos durante muchos siglos, y probablemente,
todavía lo estarán."
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