Si hay algo que muchos hombres compartimos (sí, me incluyo) es la necesidad innata de sentirnos unos niños en los brazos de una mujer. Dejando de lado el tema sexual, no somos pocos los que buscamos sentir el afecto, el cariño y el calor de aquella a quien amamos con pasión. Lo típico, la escena de película, es la mujer arropada en los brazos del hombre, imagen de la fortaleza y masculinidad. Por otro lado, tenemos la imagen de fragilidad e inocencia de la mujer, que necesita sentirse protegida. A todos podría decirse que nos gusta eso. El tener entre nuestros brazos a la persona que queremos y tener la certeza de que podemos protegerla de todo mal. Pero no es lo único que nos gusta. A veces, cuando estamos tristes, cariñosos, o simplemente sedientos de amor, ansiamos recostarnos sobre el cuerpo de nuestra amada, apoyar la cabeza en su pecho y escuchar su corazón. Permanecer abrazados, como una madre abraza a un hijo, y sentir verdadera paz. Científicos aseguran que el ser humano siempre añora el cariño de una madre y de alguna forma ve en su mujer algo de ese afecto, de esa maternidad.
En los momentos en que te sientes débil, tu alma gemela está ahí para cuidarte, para escucharte y para protegerte, aunque muchos no lo admitan.
Cuando estás enamorado de verdad, recostar la cabeza sobre su pecho te llena de paz. De seguridad. De tranquilidad. Te devuelve a cuando los problemas no eran más que cosas de adultos. Y entonces podemos dormir de verdad.
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