viernes, 9 de noviembre de 2012

Rocas

Parecía sencillo. Sólo tenía que escalar una montaña. Ya lo había hecho otras veces y, aunque esta parecía especialmente escarpada, no creía que le supusiera ningún problema.
Comenzó como siempre. Cogió su fuerza de voluntad, metió en la mochila el valor, la determinación  y la fuerza. Necesitaría respirar, así que cogió un puñado de sueños. También pasaría sed, por lo que cogió algunas de sus fotos.
¡Qué duro es el ascenso! Estaba sólo y hacía mucho frío. Le habían prometido que arriba encontraría calor, arriba encontraría un hogar y podría descansar. Cualquier persona cuerda habría visto lo imposible de escalar en busca de comodidad, pero él disfrutaba en su locura de soñar.
Por el camino encontró un pequeño conejo. Cuando se disponía a capturarlo, el conejo lo miró y le habló:
- Salve, soñador.  No seré yo quien muera hoy. 
- ¿Me amenazas, conejo?
- No te amenazo. Ahí delante tienes dos senderos. Uno lleva a la cima, alcanzarás a verla y sentir lo que tanto anhelas. El otro lleva a la base de la montaña y a casa, donde podrás replantearte tu vida y elegir otra vez.
- He venido aquí para llegar hasta el final, no voy a bajar ahora.
- Antes de acabar el viaje, recordarás estas palabras:  No siempre que nos lanzamos en pos de un sueño seguimos el camino correcto, incluso el sueño correcto.  A lo largo de la noche soñamos muchas veces y tal vez el que recordamos no sea el que realmente es nuestro sueño.

El conejo se alejó saltando y él se quedó sentado y mirando al horizonte.  No es que le pareciera que haber hablado con un conejo fuera normal, pero estaba acostumbrado a las extravagancias y revelaciones.
Ignoró el consejo del conejo y continuó su camino hacia la cima. La propia naturaleza le dio más señales. Primero intentó frenarle una terrible tormenta. Horas alternas de nieve y agua. Más tarde sopló un fuerte viento procedente de la cima. Soplando fuerte hacia abajo.  Ya había consumido gran parte de su valor y su determinación. Empezaban a faltarle los sueños y las fotos hacía días que habían quedado empapadas e irreconocibles.  Y con la luz de un nuevo día, vislumbró la cima.
Ahí estaba, una cálida luz, un paraje verde y ausente de nieve. Una pequeña casa con una figura femenina en el jardín. Era una escena hermosa. 
Sin previo aviso, en una ligera pendiente, dio un traspiés y resbaló. Rodó montaña abajo hasta poderse agarrar al borde de un saliente que hubiera jurado que antes no estaba ahí. Aferrándose con todas sus fuerzas, volvió a mirar hacía la cima para inspirarse coraje. La imagen que visualizó no era la misma que la primera vez. Esta vez vio un paraje yermo y quemado. En lugar de la mujer había una montaña de huesos y la temperatura pareció descender a bajo cero.
Los dedos comenzaban a fallarle y la desolación se había apoderado de él. Escuchó un sonido al borde del precipicio al que estaba agarrado y vio al pequeño conejo asomarse. 

- Los sueños también pueden ser pesadillas.

Sus ojos se abrieron de par en par mientras se anegaban de lágrimas. Las fuerzas le fallaron. Cayó desde lo alto.

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