Me arranqué la vida para darle la forma de su
pelo, indómito y salvaje, y saqué ese color negro tan característico de mi alma
para teñirle vetas moradas que me dieran un impulso.
Soñé que moría y era ella la que me salvaba. Soñé
que el mar acercaba la Luna a su superficie para que ella pudiera sonreír.
Y sueño
cada día, en la soledad de mi faro mientras contemplo la oscuridad del inmenso
mar, que no eligió nadar en las frías aguas de aquel río de montaña y que se
quedó a vivir conmigo en la isla que los dos construimos, la isla bañada por
las aguas de mi oscuro mar.
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