¿Qué es esta jodida sensación que arrastro conmigo? No hace
más que incrementar esta sinestesia desbocada que golpea mi razón y la lleva a
desaparecer, que confunde mis sentidos y me aturde.
Una oscuridad llama a mi puerta y no cedo aunque así no
duerma. Ha olvidado las llaves, no puede entrar pues la puerta está blindada
pero yo perdí esas llaves cuando estaba contigo y tu tampoco estás. Todos los
días salgo por la ventana y me hiero al escalar. Las frías piedras me recuerdan
cuando la puerta de mi cuarto estaba abierta y salíamos a regañadientes
sonriendo sin parar.
La sombra siempre estuvo ahí pero la conseguí engañar. La
convencí de que se marchara y cerré la puerta con llave. La llave que te
llevaste. La llave que metí en tu bolsillo cuando nos despedimos. Me quedé encerrado creyéndome acabado, hundiéndome
en un pozo muy profundo y en la caída aprendí a vivir. Me sujeté a las piedras
y encontré como salir. Malditas piedras, se ríen de mi.
Dejadme escapar. Las risas me persiguen y el timbre no para
de sonar. ¡Dejadme en paz!
Y me arropo entre tus brazos y me pregunto por mis llaves.
Pero las llaves dejaron de existir y son tus manos las que abren el cerrojo de
la puerta. Ya la sombra inquieta golpea con fuerza sin astillas levantar, pues
la puerta sigue estando blindada.
En las noches más frías, me tienta entreabrir la puerta. La
mirilla me engaña y podría entreabrirla para comprobar quien llama. Pero una
sola rendija y tal vez ella me matara. Así que mientras respondan mis manos,
seguirán las piedras riéndose de mi mientras se bañan con mi sangre, mientras
sigo buscando la llave de mi puerta.
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