
Noche, total oscuridad. Frío, páramo infinito. Miles de estrellas, vida nocturna. Reptiles, pequeños mamíferos, todos corren esperando vivir un día más. Temblores, el calor desaparece de tu cuerpo. Tan mortal como el día, vayas donde vayas todo te parecerá igual. Siempre andarás en círculos. Entre el día y la noche. Esperando que termine el uno para que empiece el otro, y viceversa.
Es extraño. Tan extremo, tan drástico, y aún así, no todo es muerte en ese lugar. Tal vez, por fortuna, te topes con un oasis. Un lugar donde descansar, un lugar de paz, con sombra, con agua, con vida. Pero no un hogar. No puedes vivir en él por siempre, tarde o temprano debes partir, tener un motivo para seguir, buscar siempre más allá de tu horizonte.
Porque, como el desierto, es la vida humana. Siempre en los extremos, luchando por buscar el equilibrio, luchando por mantenernos en el filo de la hoja. Tan pronto estamos tristes, agotados, deprimidos, que encontramos un motivo para estar alegres, enérgicos, felices. No obstante, ambas cosas solo duran un breve periodo de tiempo, y van alternándose. Demasiado tiempo de una, no puede sino destruirnos por dentro. Qué bonita sería la vida en un estado de perfecta armonía. En una amalgama de tristeza y alegría, perfecta, sin altibajos. Siempre cómodo, agradable, un pequeño oasis en el caos de la mente. O tal vez no sería tan bonita. Al igual que no puedes pretender vivir para siempre en el oasis, no puedes vivir una vida pasiva, limitándote a sobrevivir sin emociones, sin conocer la felicidad más absoluta y la tristeza más dolorosa. Porque todo ello nos enseña, nos nutre, nos hace sentir vivos. Porque la vida no consiste en sobrevivir, sino en vivir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario