Todas las tardes andando
por el mismo parque, desmenuzando las piedras del dolor que anidaba en su vida.
Pasado dolido, futuro desaparecido, sólo
los pajarillos picoteaban las migajas de su alma en forma de pan duro. Pobres de alma decían: ¡Está loco! pero no
todos saben acerca del arte de no asustar a las aves. Con sus picos se llevaban su dolor,
desgajando un corazón podrido por el rencor. Sus cientos de amigos de pequeñas alas que le
llevaban a volar le hacían olvidar, olvidar el mal que causan las personas
Si no merecen la pena,
¿para qué recordar? Su propio nombre
había olvidado ya. Tan sólo quedaban los
cantos al despertar. Las nanas al anochecer.
La música alrededor del hombre que susurraba a las aves en el parque al
amanecer.
"El hombre que susurraba a las palomas."
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